jueves, 31 de mayo de 2012

La guerra en un tanque: Crítica de LEBANON (LÍBANO), de Samuel Maez

Desde el 'Primer Mundo' jugamos a la guerra con nuestras videoconsolas. El cine nos ha llevado hasta el abismo del frente de batalla y a base de ver repetidamente el arte de matar parece que la guerra ha perdido parte de su trascendencia y gravedad. Hay, por lo tanto, que encarar los conflictos bélicos desde otra perspectiva porque el cine estadounidense nos ha adocenado y ha desvirtuado la naturaleza despiadada de las contiendas. La Segunda Guerra Mundial se ha convertido en el conflicto más veces llevado al cine, si bien son pocos los cineastas que se atreven a entrar en cuestiones mayores y a hablar de cómo es la guerra, incluso de por qué se produce. Una buena aproximación reciente fue En tierra hostil (The hurt locker), en la que el soldado protagonista nos presentaba a esos individuos que viven de espaldas a la civilización, que necesitan la adrenalina de la metralleta y que entienden la realidad de la guerra como una ficción hecha a su medida en la que dar rienda suelta al patriotismo, el heroísmo y otras ideas inculcadas por una sociedad que ha idealizado el combate cuerpo a cuerpo en favor de consignas e intereses dudosos. Lebanon, León de oro en el Festival de Venecia 2009, podría parecer un film experimental, incluso una variación de las formas de determinado cine de terror llevadas al cine social: en el film hay un intento por traernos la verdad de la guerra minuto a minuto durante una hora y media angustiosa, clave de simulacros de cinéma vérité que títulos como Rec, Monstruoso o Monsters han popularizado en el terreno de lo fantástico. Ello no es casualidad si entendemos que la guerra es lo más terrorífico y deleznable, la evidencia de una mala gestión gubernamental y una representación del fracaso de la condición humana. Toda la película sucede en las tripas de un tanque en el que conviven y sobreviven chicos jóvenes que no se conocen pero que están destinados a compartir un episodio decisivo de sus vidas. La guerra es una deformación, la trastienda de la batalla es totalmente inaccesible para unos soldados rasos como nuestros protagonistas, por lo que tiene todo el sentido del mundo que en Lebanon la guerra sea vivida pero sobre todo intuida, vista tan solo desde el visor de la máquina. Los protagonistas deben apuntar y disparar, seguir órdenes de segundos y acatar normas. Son unos títeres frágiles, manipulables y manipulados. El espectador siente esa indefensión, entiende la injusticia, palpa el sinsentido de la guerra al ver la película. Los mecanismos para disparar un proyectil desde el tanque se parecen demasiado a los de los videojuegos. La película muestra la perversión que esconde el juego de la guerra, porque la guerra es algo demasiado serio como para entenderse como un juego. Bigelow nos proponía un antihéroe antipático, víctima y verdugo. Lebanon es un cine humanista centrado en las víctimas. Logra algo que deberia ser obvio: que al ver a un hombre disparando a otro hombre o que al intuir la muerte del pelotón protagonista nos recorra un escalofrío por todo el espinazo. Eso es Lebanon: un viaje a las oscuridades de la guerra, una vuelta de tuerca necesaria que enriquece el último cine bélico. El 'cine espectáculo' se ha servido de la guerra pero no ha sido fiel a ella: Lebanon, aunque sea la crónica de una guerra omitida, o quizás por eso, es el mayor alegato antibelicista que podría hacerse, con unas cualidades cinematográficas indudables (excelente dirección de fotografía) y una profundidad descarnada (allá donde otros proponen batallas coreografiadas, aquí solo queda la desnudez de un tanque irrespirable y húmedo, metonimia de todo lo que sucede en el exterior). Pueden discutirse muchas cosas en el planteamiento de Lebanon, pero la idea de base gana a cualquier problema de guión (en parte justificado por el claustrofóbico escenario en el que se encuadra la trama). Lebanon, por lo que cuenta y sobre todo por cómo lo cuenta, es una de las obras más estimulantes de los últimos años. Hay que verla, aunque nos lleve al mismísimo infierno, allá donde el hombre deja de ser hombre para transformarse en solo un nombre, una cara, un número en una lista de fallecidos, una bestia.


Nota: 7

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