Al arte del cine se le ha añadido desde hace poco otro arte: el de adivinar las cifras de recaudación de una película. Un arte que en verdad es una ciencia porque ya existen expertos y páginas web dedicadas a intuir y estudiar los comportamientos de las cintas en su paso por las salas comerciales. Para el cinéfilo, observar las prioridades del público, el número de copias de un film, su medias por sala, cómputos de recaudaciones locales y mundiales, etc., se está convirtiendo en un divertimento que no da tregua: cada viernes los cines se actualizan con nuevas propuestas, por lo que cada semana tenemos el ranking de rigor, con sus títulos victoriosos y sus damnificados. A nuestro acervo cinéfilo han entrado con rapidez conceptos como el box office o el fanbase. ¿Nos hemos vueltos locos o es que las reglas del nuevo siglo nos obligan a ver el cine desde otra perspectiva? La taquilla siempre ha importado, pero nunca tanto como ahora.
Ver cine ha perdido parte del encanto que tenía antes, y por antes sólo hay que remitirse a unas décadas atrás. No, no nos referimos a las palabras agoreras de gente como Peter Greenaway, convencidos de que el cine ha muerto. El cine está muy vivo, pero ha cambiado. En todo caso ha perdido parte de su encanto, una magia basada en la espontaneidad. Ya casi nadie va al cine esperando sorprenderse o sin saber qué es y cómo es lo que le van a contar. Vivimos de forma tan acelerada que no hemos dejado margen a la improvisación. Vamos al cine, pero reservamos las entradas de antemano. Vamos al cine, pero antes hemos leido y sabemos en todo momento a qué nos exponemos. Y ahí es donde entra la taquilla y su fuerza de influencia: hay que ver las películas que ocupan la primera plaza de la pole position. Pero no se engañen: ya no existen los fenómenos cinematográficos. Al menos 'los de verdad'. Se estrenan tantas cosas a la vez que una película, más que competir contra las cintas de las salas de al lado, compite contra ella misma. Es muy difícil que a estas alturas una película sobreviva a la lógica del juego, o que en el mejor de los casos realmente se valoren sus cualidades, o encuentre su público, o logre una reivindicación, mayoritaria o minoritaria, que la mantenga a flote en la cartelera. Cuando triunfa una cinta de animación, en seguida viene otra. Así hasta cubrir toda la amalgama de géneros. Es imposible que en términos económicos una película forme su particular monopolio: la lógica de distribución encadena cada siete días nuevas superproducciones, nuevos valores, nuevos reclamos. Y el cinéfilo a veces tiene la sensación de que está viendo cantidad, pero no calidad. En el cine se ha imprimido la cultura del fast food, y todo lo rápido es malo. Vemos nuevas caras que se presentan como los nuevos valores del cine. Pero pocos o ninguno de éstos logran la consideración de clásicos.¿Acaso lo mejor de cada año no se resume y se concentra en una escasa docena de films, la mayoría con una trayectoria en taquilla mediocre?
Aunque hay ocasiones en las que las buenas películas hablan, se defienden y luchan por sí solas. Ahí está Celda 211, de la que no se esperaba que lograse subir a lo más alto del podio en su primer fin de semana de estreno, y que acabó como una de las películas españolas más longevas en su paso por los multicines. Recientemente, Cisne Negro ha logrado casi 10 millones de euros en nuestro país, y lo ha hecho poco a poco, dejando que el boca a oreja hiciese efecto. A veces ocurren milagros de este tipo y la lógica se rompe. Ejemplos que nos recuerdan que el cine con mayúsculas no conoce de términos ni de previsiones. Las estadísticas están para romperse. En ocasiones uno tiene que confiar que la gente pagará por ver la apuesta de calidad y no la fotocopia o secuela de turno. Situación idílica donde las haya. Algo muy simple en teoría, pero muy difícil cuando, más que un goteo, hay un bombardeo constante de estrenos. No da tiempo de reivindicar una película: seguramente cuando la crítica llegue al blog equis o la recomendación llegue al amigo equis, esa cinta ya estará fuera de nuestro alcance. El verdadero milagro de El discurso del rey no han sido sus cuatro Oscars (que también, aunque esto es harina de otro costal), sino mantenerse en pie hasta conseguir mejores cifras que superproducciones más llamativas. ¿No se dan cuenta los distribuidores de turno que trabajar para conseguir un estreno magnífico ya no es garantía de nada? ¿Cuántas superproducciones descienden cada semana un 50% de sus ingresos en taquilla iniciales? ¿Por qué esta nueva rutina, copiada del modelo norteamericano, no preocupa a los que hacen y ven cine? Porque en esta sinrazón también se esconde el motivo del arraigo de la piratería y las descargas: muchos buscan en el ordenador aquello que no encuentran en el cine.
Me acuerdo de un reportaje que vi en televisión sobre el tema. Un señor aseguraba que para una película norteamericana mantenerse dos semanas número uno en los Estados Unidos es sinónimo directo de rentabilidad. Por eso el cine yanki es tan generoso en comedias, femeninas o adolescentes: son las más baratas y las que más dinero consiguen. También está calculado que películas de superhéroes, género típicamente estadounidense, luego no repiten el mismo éxito en Europa: de hecho, un título como Spiderman 2 consigue ser el más taquillero de su año, pero gracias a que más del 50% de sus arcas han sido llenadas en suelo norteamericano. Ese es el problema: todo está milimetrado. Ahora son cuatro ricachones los que van a festivales como el de Sundance y nos dicen cuál es el título indie de la temporada. Y para esas películas también existe una denominación: slashers. Todos en inglés. Sin posibilidad de caminos secundarios.
Los datos son los que son. En España, durante los primeros cuatro meses del año se han estrenado 130 películas, 35 de las cuales son españolas (y de ese cómputo de cine local, ni una cuarta parte de títulos se estrenaron de forma digna). Eso nos indica que en 2011 pueden llegar a estrenarse hasta 400 películas. Más de una al día. Y 8 films a la semana. Lo peor de todo es que hay muchísimas películas interesantes que no logran colarse en esos números. ¿Cómo puede alguien conseguir una taquilla decente? ¿Puede alguien salvar las muebles con semejante panorama? Como los espectadores delante de los multicines en horas y sesiones puntas, las películas se dan codazos entre ellas, entonando eso de '¿Taquilla? ¡Yo también quiero!'. Eso hasta que nadie ponga un poco de orden.