Francia e Italia, con su feeling y autoridad casi canónica dentro del mundo del arte universal, aúnan lo mejor del cine del pretérito: la nouvelle vague, el realismo de Fellini, etc. Pero la vorágine festivalera parece virar el rumbo hacia lo recóndito, lo desconocido, lo exótico. No seamos hipócritas: una película aceptable puede ser para algunos una obra maestra si se trata de un título de Corea, Mongolia o Egipto, por citar tres ejemplos de forma aleatoria. Tras este pastiche de indefinición y clichés culturales, uno tiene la obligación casi moral de defender lo suyo. Es curioso: ante este panorama, la Academia de Hollywood es parca a la hora de dar premios a países que los americanos medios no saben situar en el mapa. Lo más rompedor que ha hecho la Academia últimamente es dar un Oscar por primera vez a Austria (Los falsificadores). Pero Austria, país de bancos y pocas cosas más, es Europa y sus películas reciben la financiación de distribuidoras alemanas. Todo queda en casa, todo sigue igual. La Academia huele a polilla. El ying y el yang de la industria.
Resultado de esta dualidad, de esta tradición, Francia parece ser el alumno aventajado que siempre está entre los favoritos al Oscar. Pero Francia podría recibir su segundo jarro de agua consecutivo: Entre les murs, pese a ganar la imponente Palma de Oro de Cannes, no parece que vaya a colarse entre las nominadas al Oscar (ironías de la vida: cuando Francia está en recesión, Italia resucita con la genial Gomorra). La Academia Francesa suele tener mucho atino en estas lares, pero tras el ninguneo (justo y justificado) de Persépolis, la gallina de los huevos de oro parece haber cesado. Francia vive en una fantástica dualidad: no elige a La vie en rose pero ve a Marion Cotillard coronada con la estatuilla; no elige a Il y a longtime que je t'aime pero ve el ascendente camino al Oscar de Scott Thomas. Y eso no acaba aquí: los César de los últimos años han premiado a películas tan variopintas (y si, independientes) como L'esquive (ganó ante Los chicos del coro y Largo domingo de noviazgo) o De latir mi corazón se ha parado (excelente título).
¡Qué envidia! En España, todo esta situación no existe: solo peleamos por el Oscar con Almodóvar y Amenábar, los Goya premian lo previsible porque no hay más donde premiar (La Soledad puede considerarse la excepción que confirma la regla). Larga vida, pues, a Francia con sus incoherencias, con su lengua, con su música, con su cine. Puede que Francia se haya equivocado... pero poco importa.