viernes, 27 de agosto de 2021

CRÍTICA | ANNETTE, de Leos Carax


ANNETTE
Festival de Cannes: mejor dirección
Francia, 2021. Dirección: Leos Carax Guion y música: Leos Carax, Ron Mael y Russell Mael


Es (in)genio. Es (re)creación. Es artificio. Es experimento. Es (pro)vocación. Es escapismo. ¡Es Leos Carax! 

Si algo une a los personajes del cine de Leos Carax es un deseo irrefrenable de fuga. No piden ser comprendidos ni atendidos: se entregan a una romántica, tétrica y complaciente autodestrucción, están cómodos transitando un alambre muy fino y asomándose al abismo. El personaje que interpretaba Denis Lavant en Holy Motors llevaba esa premisa a la cúspide del barroquismo, en fondo y forma: era alter ego, representaba el hombre moderno tratando sin éxito de huir de sí mismo y metaforizaba el carácter voluble del actor y del arte fílmico en plena era digital. Ahora, yendo más lejos todavía, el también corpóreo y etéreo Henry, en esa acumulación de peripecias y patetismos que es Annette, tampoco quiere resultar simpático ni detener la maquinaria de devastación que se activa en el preludio musical que abre la película. Fluye y por el camino arrastra a cuantas personas tiene a su alrededor. El envoltorio, sin perder extravagancia, es más accesible: apela al pop, a la fábula y a las fuerzas incoercibles del amor o, tal vez, a las bajas pasiones. La idea también es menos críptica: discute sobre los límites del humor, el narcisismo de los artistas, la explotación de menores y la masculinidad tóxica. Carax, de nuevo, tomando la temperatura de los temas de los tiempos que le ha tocado vivir (y, por lo tanto, de los que cabe evadirse). 


Es un musical. Instinto. Una ruta. Una bacanal. Un pálpito. Meta. ¡Es Annette

A imagen y semejanza del Henry pletórico que posee los atributos de Adam Driver, Carax entiende el cine como un espacio de metamorfosis constante, de posibilidades infinitas. Se diría que con cada nuevo proyecto el cineasta francés (re)nace dispuesto a (re)inventarlo todo. El riesgo elevado a la máxima potencia. El acto de filmar como suicidio premeditado. Por eso resulta inane cuestionar Annette por sus salidas de tono: su arte es gozosamente atonal. Tampoco es válido criticar su barroquismo porque lo que importa es el conjunto, no la suma aislada de todas sus partes. Carax resultará magnánimo, incluso altivo, pero desde la primera escena avisa de sus intenciones: nos invita a contener el aliento, a no pensar, simplemente a sentir, a dejarnos llevar. A ser un poco como Monsieur Oscar, como Henry, como el propio Carax. Y en el viaje, disfrutar de lo que se gana cuando se pierde todo. Y, en el último minuto, con la marioneta Annette convertida en cuerpo, sentir que el perdón, si es que alguna vez se pidió, resulta imposible. Porque cuando acaba una película de Carax nos precipitamos pendiente abajo. Y en el vacío que se siente al ver otra vez la pantalla en negro es cuando nos damos cuenta de que el cine, la película en sí misma, es una utopía feliz que seguimos necesitando y celebrando. 


Es un cuento. Una farsa. Una fantasía. Un sueño. Una ópera. Una pesadilla. ¡Es una obra maestra!


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