martes, 27 de noviembre de 2012

Crítica de ARGO, de Ben Affleck

Con Argo Ben Affleck ha llegado a su madurez como realizador pero no como autor. Tras esta película está capacitado para emprender cualquier tipo de proyecto. Poco queda del sex symbol que llenaba revistas con peliculillas de las que nadie se acuerda. Ahora se divierte contando historias, y Argo es una historia tan real como increíble. Argo recibirá el beneplácito de la Academia porque pocos se atreven a llevar a cabo un thriller tan bien hilvanado que no olvida ni la precisión de tempos que requiere el género ni el envoltorio técnico que precisa toda producción de época. Sobre todo, es una película de películas, una demostración de cómo la ficción puede cambiar la realidad, e incluso puede leerse como un homenaje a ese Hollywood creador de mitos, iconos y títulos que unieron a toda una generación, mensaje nostálgico y reconfortante en un momento de crisis y de pérdida de espectadores en las salas. En ese juego también hay una interpretación posible, más discutible, más yanki si cabe: cómo Estados Unidos, un país ensimismado que se ha creído demasiadas veces el ombligo del universo, extiende su poder, vence a los malos (siempre extranjeros) y logra engañar a toda la sociedad iraní recurriendo a la fascinación que despierta en todo el mundo la ostentación de las grandes superproducciones estadounidenses. Argo propone un restablecimiento del orden a partir de los principios básicos de la sociedad americana (o sea, su sentido del espectáculo), y en ningún momento su ejercicio de cine histórico contempla la posibilidad de que los malos sean otros (más bien lo contrario porque el film premia al personaje que interpreta el propio Affleck elevándolo a la categoría de héroe y padre coraje). Por lo tanto, pese a la indiscutible solvencia de su última media hora, pese al gran despliegue de su introducción y pese a las grandes aportaciones de actores como Alan Arkin y John Goodman, Argo no deja de ser cine de sábado por la tarde con un plus de inteligencia, al fin y al cabo la americanada de tomo y lomo que con más o menos gracia nos vienen colando desde Los Ángeles desde hace la tira. Argo, eso sí, es la historia de un bulo ejecutado con gracia, llevado hasta sus últimas consecuencias, demostración de la testarudez y el orgullo del norteamericano de pro. No se aleja demasiado de otros relatos como Munich, y la comparación con Spielberg, guste más o menos, en todo caso beneficia a Affleck. Argo es una buena película, entretenida en casi todas sus partes, cine vivo que aúna la perspicacia con la cinética. Gustará a los votantes de la venidera temporada de premios porque tiene la capacidad de ser un film de masas. Es una obra de discurso patriótico que admite pocas quejas y además su componente social la convierte en una película que queda bien premiar. Todo ello elementos que me atraen hacia Argo y que al mismo tiempo me llevan a considerarla otra película más, nada que ver con el soberbio juego de cine político que prometían muchos. Le falta densidad y complejidad. Y si no, vean cómo el personaje protagonista decide el futuro de su misión: al amparo de una botella de whisky, como los viejos vaqueros en la lucidez de la borrachera, apostando al todo o nada, casi un guiño a la etapa en que Affleck solo era conocido por su adicción al alcohol. Argo hace trizas, como esos documentos de la embajada destruídos a toda prisa, cualquier atisbo de duda sobre Affleck. Lo siguiente será ejecutar la obra maestra, al menos la gran película, que Argo intenta ser pero que por imposiciones de la huida, del cine dentro del cine o del engaño implícito y explicto de la trama no consigue.


Para los que aman el cine de palomitas... y algo más
Lo mejor: La premisa argumental, se mire por donde se mire, es excelente.
Lo peor: Que entretenga desde la acción y no desde la reflexión, como hacía, por ejemplo, otro thriller tocado por el Oscar: Michael Clayton.

Nota: 7

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