martes, 10 de octubre de 2017

CRÍTICA | 120 PULSACIONES POR MINUTO, de Robin Campillo


Los años negros del SIDA
120 PULSACIONES POR MINUTO (120 BPM)
Festival de Cannes: Premio especial del jurado. Festival de San Sebastián: Perlas
Francia, 2017. Dirección y guión: Robin Campillo Fotografía: Jeanne Lapoirie Reparto: Adèle Haenel, Yves Heck, Nahuel Pérez Biscayart, Arnaud Valois, Emmanuel Ménard, Antoine Reinartz, François Rabette Género: Drama Duración: 140 min. Tráiler: Link Fecha de estreno en España: 01/12/2017



¿De qué va?: En el París de principios de los 90, un grupo de activistas quiere concienciar a la población sobre el SIDA. Sus quejas se centran sobre todo en los políticos y las farmacéuticas que acallan la expansión del virus. En una de las reuniones del colectivo, Nathan conoce a Sean, uno de los afiliados más radicales.


120 pulsaciones por minuto es cine histórico. Sí, nos remite a los 90 del SIDA. Anteayer. Pero la comunidad LGTBI de nuestros días, aunque nos pese, ha olvidado con escandalosa facilidad la lucha de aquellos que consagraron su vida, o que literalmente la perdieron, a la visibilización de una de las enfermedades más terribles de los últimos años. Campillo, consciente de ello, construye su película a la contra del "subgénero queer". Hay romance y orgullo gay, pero sus fotogramas se centran sobre todo en las asambleas de Act Up. Al final, podríamos estar hablando de reivindicaciones laborales o de defender la consigna que se quiera, sexo y sexualidades aparte. La película seguiría funcionando. Y por todo lo dicho, Campillo se centra tanto en la lucha de sus personajes que, cuando éstos se encuentran en la soledad de sus cuartos y no enarbolan ninguna bandera, la ficción pierde toda su consistencia. Paradójicamente, un título que apela a los latidos del corazón, y por lo tanto a la vida, carece de la energía que muchos le otorgaron tras su pase cannois. 120 pulsaciones por minuto tiene nuestro respeto y cuenta con innumerables aciertos (el más destacado tiene nombre propio: Nahuel Pérez Biscayart), pero no llega a poner los pelos de punta, no pellizca, no termina de removernos por dentro, intelectiva o emocionalmente. No deja impávido, y aún así resulta un poco fría. Hasta el punto que, cuando la muerte se ha apoderado de la trama y los supervivientes inician otra asamblea en pleno velatorio, el guiño cómplice, que podía intuirse sobre el papel como un amargo de contrapunto cómico, no funciona. Hasta resulta ridículo, desatinado. De mal gusto. Eso, o quien escribe no supo apreciar la sensibilidad de un Campillo que sí capturó todas las contrariedades sociales y sexuales en Chicos del Este. En resumen, me cuesta ponerle reparos y a la vez defender estas 120 pulsaciones por minuto, más intensas cuando filman la esfera pública de su conflicto y prescinden de la privada. Por desgracia, el cine no sólo se debe a la urgencia de una temática. Un film tan pertinente como incompleto.


Para recordar la sombra del SIDA (todavía presente).
Lo mejor: Pérez Biscayart.
Lo peor: Le sobra asamblea y le falta intrahistoria.


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