Es un gustazo ver una película. La gente no lo suele entender, pero concibo el cine como una experiencia un tanto egoísta. La pantalla y yo: esos son los protagonistas. Hubo un tiempo que buscaba esas sesiones en las que las salas parecen quedarse desiertas: en términos cinéfilos, horarios matinales o primeras sesiones. Hay sin duda mucha gente totalmente adicta al atractivo de la sala de cine vacía. Ver una película solo, a oscuras, es casi un acto de rebeldía, y más cuando la sala de al lado cuenta con gente entre sus butacas. En esos momentos sólo se oye el crepitar de las imágenes. El cine debe ser un lugar de sosiego, y los fotogramas de la pantalla la única y más importante acción. Es como viajar solo. En esos momentos, si la dicha es buena y la película acompaña, la conexión entre lo visto y nuestros ojos puede ser total. Todo sin que la señora de dos filas más abajo vaya replicando cada decisión o frase de la protagonista (eso me ocurrió con Babel). Sin que tengamos que ver cómo algunos espectadores abandonan la sala al comprobar que esperaban otra historia. Sin aguantar a niños ni mayores, ni el crujido de las palomitas o el molesto sonido que deja la pajita del refresco cuando la lata ya está vacía. Ni qué decir del ritmo que deja masticar chicle. Nunca he podido ver y comer. En el cine reflexiono, no por obligación ni por oficio, sino de manera involuntaria. No concibo el cine de otra manera. Hace poco me preguntaba por qué siempre recuerdo en qué cine e incluso en qué sala de ese cine vi una u otra película. Puede que me guíe por un instinto friki que soy incapaz de dominar ni describir, pero también me mueve el respeto que tengo hacia la sala de cine. Como espacio y como modo de vida. Porque cada sala tiene su arquitectura y su magia. Ver una película en la sala 1 o en la 3 deja de ser algo casual para contener todo el sentido del mundo. Y como la sala es un lugar de culto, aun a sabiendas de que soy el único espectador presente, no puedo tumbarme, poner las piernas en los respaldos contiguos o similares. Hay otra certeza que, en el fondo, me aterra. Creo que las mejores películas de los últimos años las vi solo, o al menos con muy poca gente en la sala de turno. Porque la sala de cine vacía se llena, paradójicamente, de anécdotas. Esa sesión de Dogville con 10 personas, aunque yo fui el único que vio el final. El pase de Caché, en el que los cuatro gatos que habíamos madrugado ese domingo de febrero gritamos al unísono cuando Maurice Bénichou se corta el cuello con una navaja. Y así hasta infinidad de tramas, algunas más complejas que las que en su día ideó el guionista o director. La sala de cine vacía es un lujazo...
Pero una sala de cine vacía, irremediablemente, es síntoma de que algo ha sucedido. ¿Qué sentido tiene ver una película sólo, si la modernidad ya ha traido consigo los home cinema a nuestras casas? A veces pienso que por cada sesión sin entradas vendidas, alguien pierde su puesto de trabajo. Ha fallado el marketing, la película no ha sabido encontrar su público potencial o las cintas 'de al lado', las de las salas colindantes, han ejercido un poder catalizador de público. Porque, si cada semana se estrenan infinidad de títulos, es casi un defecto del sistema que los multicines tengan salas vacías. A veces, y aunque nos pese a los que somos cinéfilos, hay películas que no pueden ni deben salir de las grandes capitales, ya que cualquier intento por llenar la cartelera de cines más modestos acaba en la incomprensión del público (por este motivo, no podré ver Biutiful o Neds hasta el año que viene). Hay que educar al público a ver cine, y no parece que el entorno perfecto sea una sala vacía. Pero no hay nada que se pueda predecir ni un cine que esté predestinado a la sala vacía: no tardaríamos demasiado en citar grandes producciones que acabaron sin pena ni gloria y propuestas más modestas que estuvieron semanas y semanas en cartel. Sea como sea, una sala de cine vacía debería entenderse como un mal común que repercute a todos, un atentado contra la cultura y, sobre todo, una imagen triste que es también la estampa que define la crisis de toda la indústria cinematográfica. Por eso, cada vez que termino de ver una película en una de esas salas solitarias, pienso que la película ha quedado en la sala, sin generar un boca a oreja. Si al final las obras maestras las decide el gran público, es muy probable que genialidades que se han proyectado sin público pasen al anonimato. Aunque la historia también está llena de títulos incomprendidos que han llenado salas, pero solo posteriormente, incluso años después de su estreno (el caso de Blade Runner, que en el verano del 1982 perdió la guerra de crítica y público frente al éxito de E.T.). En resumen, la sala vacía de cine tiene su encanto y no deja de ser un reflejo tétrico de un problema mayor. Imposible no quererla, imposible no odiarla. Una contradicción, lo dicho.
A mi me fascina el cine, ver una pelicula con tranquilidad, sin molestos ruidos de gente que parece que va a la sala solo a comentar cada escena y comer palomitas. Yo siempre voy a primeras sesiones, donde nadie me moleste, y me gusta ponerme en las primeras filas, que la pantalla me supere por ambos lados y me vea inmerso en la proyeccion.
ResponderEliminarEs un gustazo indescriptible ver una buena pelicula sin que nadie te estropee ni un solo segundo.
Aun conservo el recuerdo de ver una obra maestra como Mystic River de estreno y solo en la sala, sin que nadie me molestara, viviendo cada segundo.
Ademas me pasa como a ti, recuerdo vividamente cada pelicula en que sala la vi.
Cuando mis amigos me dicen que porque no voy a una sesion golfa gustandome tanto el cine, les digo que por eso mismo, porque me gusta el cine, no asistir a una sala masificada de gente que va a pasar el rato sin un minimo de respeto por la gente de al lado.
Un saludo.
Kasko.
Pues actualmente yo también busco la intimidad de la sala vacía. Esta vuelta cuando fuimos a ver Harry Potter fuimos a la primerísima función de un centro comercial en vías claras de desaparecer porque no había nadie para ser un Domingo al mediodía! Y en la sala eramos apenas no más de 7 personas.
ResponderEliminarMe gustó mucho la nota, justamente, la "sala vacía" es un tema en el que pienso mucho...
ResponderEliminarEn mi barrio hay un cine pequeño, y me duele mucho ver cómo cada vez somos menos personas: hace unas semanas, éramos 4, en todo el día... Lo triste no es la "comodidad" que implica estar solo, sino darse cuenta que ésta bella costumbre (que es ir al cine) se vaya perdiendo...
Yo como Pabela, también busco las salas vacías. Ir al cine para mi, dejó de ser una salida que deba hacerse en la hora pico de audiencia. Ir al cine es algo más intimo, puede ser a la primera función o a la última, o cuando sea. Sencillamente me agarra abstinencia de cine y voy ;D (no suelo ir todo lo que quiero por eso la abstinencia).
ResponderEliminarEl gran problema son los horarios disponibles de las personas, y entonces, las primeras funciones suelen quedar solitarias. Además que el público busca público. Y el gran problema también, es la educación cinéfila que tenemos, no hablo que todo mundo estudie cine, pero si que se les pueda ampliar el gusto. Por eso, disiento que algunas pelis deberian solo estar en las grandes ciudades. Al contrario. Hay pueblitos donde hay un solo cine con una sola peli, sería buenísimo que en ese cine también den pelis no tan comerciales, ganaría el público en variedad y ganaría la peli que quizás compitiendo con otras no encontraría público. En cuanto a las cuentas, eso habría que sopesarlo, pero yo creo que todo pasa por falta de promoción y porque principalmente, lo que esta teniendo más auge del cine, mal que nos pese, es el entretenimiento y la industria dejando en un tercer plano lo artístico o comunicacional. No digo que lo demás no importe, claro que si. Pero la torta esta cortada despareja.
Me encanta cuando te mandas estas reflexiones sobre el cine mismo, y sus vericuetos ;D
Muy buena reflexión. Hace poco, en la crítica de Buried, me quejaba de la sala de cine llena, de la gente que comentaba todo el rato inoportunamente. En España hay mucha tradición de ir al cine como acto social, y la gente me mira como a un bicho raro cuando digo que yo, para ver una película lo único que necesito es la pantalla y ya está, ni palomitas, ni coca cola ni nadie al lado que me moleste.
ResponderEliminarYo también disfruto más en salas con poca gente. Últimamente me estoy abonando a las sesiones matinales y estoy teniendo experiencias magnificas. Como el cine al que voy está cercano a mi casa, es como si fuera a ver una película en una habitación amplificada de mi propio domicilio. Es cierto que es triste ver una sala semi-vacía, en términos del negocio cinematográfico, pero hay que admitir que es una auténtica gozada ver un film en estas condiciones.
ResponderEliminarSaludos !!!
Yo tambien amo la sala vacía, aunque debor reconocer que a veces no hay mejor forma que una excelente compañía. Me ha tocado ir al cine y encontrar la sala casi sepulcral, y me entusiamo pues no tengo al que hable fuerte adelante mío o al que no para de reirse por alguna estupidez, o al que come insaciablemente y me harta. A veces es mejor ir solo y deleitarse simplmente en la pelicula, meditar, reflexionar, pensar, vivirlo. A veces se hace necesario la compañía; sentir que a muchos les gusta lo que ves, saber que hay alguien con tu misma afinidad o simplemente reirse en grupo cuando la situacion lo amerita... Contradicciones de la sala de cine... Brillante post!
ResponderEliminarMe ha encantado esta entrada. Tienes muchísima razón en todo lo que dices... Empatizo con muchas cosas, aunque, si te soy sincero, a veces yo necesito unas palomitas (Transformers, Avatar, o similar son pelis de las que yo llamo "palomiteras"). Bueno, lo dicho: me ha encantado esta reflexion!!
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