jueves, 15 de febrero de 2018

CRÍTICA | EL HILO INVISIBLE, de Paul Thomas Anderson


El hilo del destino
EL HILO INVISIBLE
6 nominaciones al Óscar, incluyendo mejor película
EE. UU., 2017. Dirección, guión y fotografía: Paul Thomas Anderson Música: Jonny Greenwood Reparto: Daniel Day-Lewis, Vicky Krieps, Lesley Manville, Richard Graham, Bern Collaco, Jane Perry, Camilla Rutherford, Pip Phillips, Dave Simon, Ingrid Sophie Schram Género: Drama Duración: 130 min. Tráiler: Link Fecha de estreno en España: 02/02/2018
¿De qué va?: En el Londres de principios de los 50, Reynolds Woodcock viste a toda la realeza, aristocracia y burguesía del momento. Acostumbrado a controlar cada segundo de su día a día, la irrupción de Alma, una joven camarera, trastocará sus planes.




En la tradición grecolatina, las Moiras o Parcas eran los seres que controlaban el devenir del cosmos. Se las solía representar como un grupo de hilanderas que manejaban la vida de los mortales. En su caso, cortar un hilo significaba acabar con los días de un mortal. El mismo poder parece tener el modisto Reynolds Woodcock en El hilo invisible, convencido de que sus ropajes pueden marcar el futuro de quienes los visten. El protagonista repite cierto halo mítico y místico, así como una actitud altanera, ensimismada y magnánima sobre todo aquel que atraviesa las puertas de su exclusivo atelier. También se siente observado por aquellos que han fallecido, y en una de las escenas iniciales de la película asegura que sentirse espiado por los difuntos no le inquieta, sino que más bien le reconforta. Jugar a vestir, pero sobre todo a definir una silueta y a decidir incluso toda una existencia. Siempre, cómo no, bajo la supervisión de ese maestro, antes experto del porno, petrolero y predicador, llamado Paul Thomas Anderson.


El hilo invisible es una película sobre el amor. Amor puro y pasional. Amor manipulador y masoquista. Para el caso, el mismo. Si Reynolds es víctima y verdugo de su don, de ese oficio que le ha sido aprendido, intuímos que impuesto casi desde la cuna, indudablemente la relación con su entorno sólo puede describirse en términos de contradicción. Paul Thomas Anderson nos introduce poco a poco en una esfera de pulcritud inglesa, buenos modales, rutinas férreas y silencios recurrentes. Aquí el calor se enciende desde la mismísima frialdad. Con una precisión técnica que convierte cada fotograma en una obra de arte. Una vida distanciada de los demás, desde el trono de los dioses de antaño. Pero, bendita paradoja, controlada por Moiras muy terrenales: una hermana con rictus de Sra. Danvers, una mujer que se niega a ser una musa al uso y una madre que, desde los cielos, vigila su legado. Porque El hilo invisible, siendo diferente a toda la filmografía de su director, incide en el tema clave de Paul Thomas Anderson: la debilidad de aquellos que se creen invencibles, imprescindibles, eternos.


Por suerte, la magia de El hilo invisible no termina en su cuidado envoltorio formal ni en sus vínculos con el inframundo. La relación maestro-aprendiz, obsesión que late en todo el cine de su responsable, aparece de nuevo con fuerza. Los vestidos parecen capturar el alma de su diseñador, vivificándolo y al mismo tiempo alargando su agonía. Las manías del genio funcionan como parapeto para evitar corromper su talento, pero también le impiden conectar, personal y artísticamente, con la sociedad aristocrática de posguerra en la que le ha tocado vivir. Incluso se refleja la comida como cumbre de un cariño que se torna tortura, de una furia asexuada de la que, en las últimas escenas, sabremos que Woodcock no es el principal afectado, sino un cómplice más. Muchos temas que Paul Thomas Anderson borda con la discreción y la firmeza de una araña tejedora. El tiempo dirá si El hilo invisible es otro de sus patrones maestros, pero no cabe duda que estamos ante una obra de hondura que nadie debería perderse.


Para amantes de las películas que son bellas por fuera y truculentas por dentro.
Lo mejor: Day-Lewis, Krieps, Manville, música, fotografía, vestuario... Todo es un espectáculo.
Lo peor: Su supuesta frialdad puede confundir a más de uno.


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