viernes, 3 de marzo de 2017

CRÍTICA | EL VIAJANTE, de Asghar Farhadi


La venganza y la vergüenza
EL VIAJANTE (FORUSHANDE), de Asghar Farhadi
Óscar a la mejor película de habla no inglesa. Cannes 2016: Mejor actor y guión
Irán, 2016. Dirección y guión: Asghar Farhadi Música: Sattar Oraki Fotografía: Hossein Jafarian Reparto: Shahab Hosseini, Taraneh Alidoosti, Babak Karimi, Mina Sadati Género: Drama social. Thriller psicológico Tráiler: Link Fecha de estreno en España: 03/03/2017
¿De qué va?: Emad y Rana forman parte de una compañía teatral que está a punto de iniciar las representaciones de Muerte de un viajante de Arthur Miller en Teherán. Días antes del estreno, el edificio donde viven es desalojado y tienen que mudarse a otro apartamento. Ya instalados, un incidente pondrá en riesgo la vida de Rana y la estabilidad de Emad.


Farhadi es un narrador prodigioso. Destaca en el tratamiento de la imagen, el uso de los objetos y la dirección de los actores. Toma el drama social para construir thrillers que dejan al respetable en tensión, sumido en un estado de catatonia que se queda pegado en la retina y que se amplía visionado tras visionado. El viajante, como toda la filmografía del genio iraní, forma parte de una estirpe de películas fieras que describen los males sociales (los suyos, los nuestros; los de ahora, los de siempre) sin discursos obvios ni miedos. Una película que habla de la humillación en un lugar en el que la religión infringe principios machistas y sumisos en todos sus habitantes. Fotogramas de desencanto. Primero de escarnio, luego de venganza, y en última instancia de vergüenza. De instintos y entrañas. Sin juicios, pero con pecados. Cine cargado de una verdad y verismo fuera de toda duda. Y por todo lo dicho, cuesta reconocer que El viajante representa, Óscar con aroma político aparte, una de las cuotas más deslucidas de Farhadi. Hay, en efecto, un prólogo visual de una fuerza simbólica arrolladora: el desalojo de un edificio que se resquebraja. Termina, como viene siendo habitual, en una ebullición controlada: los protagonistas se maquillan en silencio, ya transformados en lo psíquico y a punto de mutar en lo físico, imbuidos por el "personaje dentro del personaje". Pero entre un punto y otro, por momentos cuesta reconocer el ojo clínico y crítico de su director. La fotografía titubea. El libreto da tumbos. Se abren frentes que no se consolidan. Las bambalinas teatrales en las que se mueve el matrimonio protagonista no acaban de nutrir la trama principal, y por ello la relación entre la obra de Arthur Miller Muerte de un viajante y la historia de Farhadi resulta más conceptual que emocional. Algo fría. Un tanto decepcionante. Un film, vaya, de silueta errante, como el viajante del título. Lo que no quita que, tratándose de Farhadi, siempre podamos disfrutar de instantes de grandísimo cine. Porque El viajante, a pesar de los pesares, es una de las parábolas más potentes de la temporada.


Para degustadores de cine mayúsculo.
Lo mejor: Su arranque y resolución cortan el hipo.
Lo peor: El subtexto teatral se queda a medio gas.


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