domingo, 9 de octubre de 2016

CRÍTICA | 31, de Rob Zombie


Happy Halloween, motherfuckers!
31, de Rob Zombie
Festival de Sitges 2016: Sesión especial
EE. UU., 2016. Dirección y guión: Rob Zombie Música: John 5 Fotografía: David Daniel Reparto: Elizabeth Daily, Malcolm McDowell, Torsten Voges, Daniel Roebuck, Sheri Moon Zombie, Meg Foster, Lawrence Hilton-Jacobs, Devin Sidell, Judy Geeson, Ginger Lynn, David Ury, Esperanza America Género: Terror. Slasher Duración: 100 min. Tráiler: Link
¿De qué va?: Un grupo de amigos es secuestrado durante la víspera de Halloween. Al despertarse, un hombre les informa que son los protagonistas de un juego llamado 31. Las reglas son muy sencillas: durante 12 horas lucharán en el interior de una nave contra un séquito de payasos armados. El único objetivo es sobrevivir.


Rom Zombie vuelve a desplegar su circo de los horrores en 31, la película más lúdica de su carrera. El polvo y la sangre de La casa de los 1.000 cadáveres se sofistica (o todo lo contrario) en este slasher diseñado para sacar los colores de casi todos y entusiasmar a aquellos que disfruten con cada pieza de casquería. La historia es la que es: violencia por violencia, barbaridades tras barbaridades, motosierras viejas y destrales poco afiladas. Todo, cómo no, sin ton ni son, pero la mar de divertido. Mientras el género fantástico se preocupa por tejer discursos elevados, Zombie quita hierro al asunto metiendo mucha metralla a este juego del gato y el ratón. Una película que va de frente, en el mejor y peor sentido del término, como los mil y un locos maquillados que acechan a los protagonistas. Si eso es poco o mucho dependerá de la (in)sensibilidad de la platea. La premisa remite al primer Saw, incluso recuerda a The Purge cuando retrata el estamento burgués pintarrajeado que observa la barbarie desde sus tronos, y en todo momento evoca el slasher de toda la vida, aquel en el que lo único que importa es cómo sobrevivir ante el tarado de turno (y, para nosotros, saber cómo y cuándo morirá la víctima en cuestión). Una gamberrada al año no hace daño, así que 31, consumida con moderación y desde el absoluto despiporre que ofrece un contexto como el de Sitges, se agradece. Lo que no quita que el film sea la expresión de un tarado que, por el bien cinéfilo, debería estar entre camisas de fuerzas y en las cuatro paredes de una celda acolchada. Eli Roth ya tarda en elogiarla.


Para los que piden su menú de carnicería cinematográfica con ración doble de ketchup.
Lo mejor: Su total ausencia de pudor.
Lo peor: Está condenada a quedarse en los micromundos de internet.

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