sábado, 8 de marzo de 2014

Crítica de LUTON, de Michalis Konstantatos

Los festivales y los premios se rigen por determinadas modas. La última tendencia la ha marcado el cine griego, presente en los últimos años en todas las secciones oficiales habidas y por haber. El pistoletazo de salida lo marcó Canino, y desde que ésta fuese declarada la mejor película del Un Certain Regard de Cannes y consiguiese la primera nominación al Oscar para el país heleno, otros nombres han llenado las alfombras rojas más prestigiosas: Attenberg y Alps fueron valoradas en Venecia y Adikos Kosmos en San Sebastián entre otras. Las modas, con todo, se definen como tales por ser pasajeras, y si bien el ambiente de crisis económica y auge artístico ha hecho de Grecia un campo minado abierto a nuevos discursos cinematográficos y vías de expresión más creativas, un film como Luton - seleccionado de nuevo en la élite festivalera, en este caso en el apartado Nuevos Directores de la última edición de Donosti - viene a poner fin a toda una constante, a una manera de contar y de querer contar lo que sucede en la Europa convulsa de nuestros días.


Luton es la historia de tres personajes sin aparente nexo de unión entre ellos: el aburrido dueño de una tienda, una funcionaria de actitud extraña y un adolescente que casi nunca habla. Los tres son los resultados de una sociedad alienada, incapaz de sentir empatía por el otro. Sus comportamientos son inesperados y el director los convierte en caricaturas: la comedia negra y surrealista de esa corriente de historias griegas vuelve a la superficie con largos planos fijos y lacónicos diálogos en los que el espectador entiende que nada tiene sentido en la vida de esas criaturas tan miserables. El problema de Luton es que la vacuidad de sus personajes acaba contagiando al propio film, y allá donde otros se defendían desde la metáfora (principalmente Giorgos Lanthimos), Luton simplemente filma el absurdo desde el absurdo. El novel Michalis Konstantatos, en definitiva, se equivoca en su mirada, no en el tema planteado, pero su error tiene tales efectos que convierte a Luton en un film inane que quiere la provocación por la provocación y que fracasa en su intención por retorcer todavía más esa 'fórmula griega' afín a un cine crudo y raro. Nosotros no seremos tan duros con ella - en San Sebastián fue abucheada en sus dos pases tanto para la prensa como para el público -, pero aún interesándonos su vocación social, hay que evidenciar el desgaste y el fracaso de sus planteamientos. Luton tiene cierto misterio, inquieta ni que sea porque nos enfadan y asquean sus imágenes. Es una película fallida, y aún así no ponemos en duda que se trate de una sugerente radiografía del estado de las cosas 'aquí y ahora'. Pero no basta con plantear relaciones: Luton, en fondo y forma, es tan hermética que resulta inabordable, y de ahí a no presentar ningún interés para crítica y público hay sólo un paso.


Para espectadores con tendencias suicidas.
Lo mejor: Sus virajes al humor negro.
Lo peor: El misterio se resuelve tarde y mal.

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Nota: 5'5

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