miércoles, 2 de octubre de 2013

Crítica de LA HERIDA, de Fernando Franco

Ana, la protagonista de La herida, sufre un Transtorno Límite de Personalidad, pero ella desconoce su enfermedad, y en coherencia con esa idea el espectador también ignora las cuestiones médicas que explican los cambios de humor, las automutilaciones y las difíciles relaciones personales, familiares y laborales del personaje. Fernando Franco toma por lo tanto un tema sumamente espinoso omitiéndolo, y ello hace de La herida una de las experiencias más duras del último cine español. Poco importa que lo que le sucede a Ana esté tipificado por los especialistas porque en sus desaires y devaneos se esconde parte de la herida que todos en algún momento hemos intentado cicatrizar sin éxito. Ana tiene un problema, pero lo tiene porque la vida puede ser muy dura e injusta. Como espectadores no debe preocuparnos nuestra identificación con el personaje porque Ana es tan compleja y humana como cualquiera: que levante la mano el que no se haya sentido herido ante una ruptura sentimental, ante una fractura con los padres, ante un amigo que al final no resultó ser tal o ante un trabajo, en el caso del personaje el de trabajadora social, que te obliga a estar en contacto con las heridas de otros. La palabra 'Transtorno Límite de Personalidad' no debe servirnos de escudo para explicar lo que en el film es indescifrado y visceral: es muchísimo más desasosegante acercarse al precipicio de la realidad sin términos de por medio que ordenen o sistematicen el caos imperante.  


La herida, por todo esto, y aunque en determinados ámbitos científicos seguramente será utilizada como ejemplo de un tipo de comportamiento enfermizo muy concreto, acaba siendo una historia muchísimo más compleja que explica las dificultades que todos tenemos para gestionar la soledad y el dolor, para comunicarnos con nuestro entorno o para sentirnos realizados con un trabajo y un núcleo familiar que a veces nos aprisiona. Una de las críticas en principio negativas que se escucharon sobre el film en el Festival de San Sebastián era que se trataba de una historia demasiado desagradable y problemática, y en esos comentarios se esconde precisamente la clave del éxito y la personalidad de la película: al fin y al cabo, no todos los espectadores están preparados ni quieren asistir a una exposición tan directa de nuestros fantasmas internos, porque todos conocemos a alguien como Ana, y al mismo tiempo todos alguna vez hemos temido ser como Ana.


La herida no es por lo tanto la historia de una enfermedad sino la crónica de la angustia que genera en el personaje esa enfermedad. Franco, con un perfecto dominio del montaje, dispone su película como un viaje a los infiernos, de forma que resulta imposible separarse de Ana y al mismo tiempo interrogarse sobre qué ocurre en la mente de ese ser tan frágil. Como cineasta, Franco nos zarandea y nos somete a un estado de ahogamiento parecido al de la protagonista. La singularidad de La herida acaba siendo la naturalidad de su puesta en escena, de base dardeniana, y el imponente trabajo de la actriz Marian Álvarez (con un personaje que, imaginamos, cuesta abandonar al terminar la jornada de rodaje). La herida, en resumen, es una cinta de silueta afilada, afincada en la intuición y en el desasosiego, abierta a la empatización pero no a la explicación. Un espejo que Franco dispone para que nos asomemos a riesgo de exorcitar alguna que otra herida invisible o de detectar esa anormalidad que subyace en la calma aparente. Uno de los debuts más deslumbrantes, incuestionables y prometedores del cine español y europeo de este año. Una de esas historias que se ven con el estómago y cuya digestión es tan dolorosa como placentera. Una película grande, enorme, inmensa, pero con la que hay que ir con mucho cuidado: puede tener los efectos devastadores de una bomba emocional.


Para los que no temen hablar con sus miedos de tú a tú.
Lo mejor: Marian Álvarez, Concha cantada y Goya esperado.
Lo peor: Su dureza dejará fuera a muchos espectadores.

Nota: 8'5

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