sábado, 5 de octubre de 2013

Crítica de DE TAL PADRE, TAL HIJO, de Hirokazu Koreeda

En Donosti, Koreeda afirmó que todo su cine es un reflejo de las etapas de su vida. Nadie sabe, basada en hechos reales, podría considerarse la necesidad que tenía el cineasta japonés de retratar un caso de maternidad ausente. Still Walking, más personal, era una carta de amor que el cineasta dedicada a sus difuntos padres. Kiseki incidía en una de las grandes pasiones-obsesiones de Koreeda: la infancia. Y en De tal padre, tal hijo nos encontramos con un director ante el reto de su estrenada paternidad: la película es, con estas señas, la oda que el cineasta dedica a su hijo como prueba de amor y compromiso ante su llegada al mundo. Como todo el cine que nace de lo vivido, De tal padre, tal hijo es una película de gran sabiduría y de alcance universal. Sin querer queriendo, la filmografía de Koreeda se está convirtiendo poco a poco en una de las obras más interesantes de la contemporaneidad, cargada de la reflexión, los silencios, la lucidez, la serenidad y el estilo pausado pero cargado de significados que en Occidente asociamos a la identidad asiática, y al mismo tiempo con historias conmovedoras que nos trasladan a mundos que no conocemos, pero sí a sentimientos que son transversales a todos los humanos. Koreeda es el nuevo Ozu, y en De tal padre, tal hijo, la mejor reflexión sobre la familia realizada en muchísimos años (seguramente tendríamos que remitirnos a Yi Yi de Edward Yang... ¡film del 2000!), el maestro nos regala un mensaje enriquecedor: no median cuestiones de sangre, sino de cariño y comprensión, a la hora de formar una familia y de decidir cuáles son nuestros más allegados. Algo tan sencillo pero tan necesario. Y en manos de Koreeda, tan bello y conmovedor.


De tal padre, tal hijo arranca con una premisa curiosa: los niños de dos parejas distintas que nacieron años atrás el mismo día en el mismo hospital fueron intercambiados después del parto, y ahora, tras la imputación de la enfermera que orquestró el cambio, el centro médico reúne a los padres para darles la noticia e intentar que cada niño vuelva con sus congéneres biológicos. Todo ello le sirve a Koreeda para mostrar dos tipos de familia muy diferentes: la primera, dominada por las estrictas normas del padre, un arquitecto que inculca a su hijo en la ley del esfuerzo pero cuya educación no puede velar todo lo que querría por culpa de su trabajo; y la segunda, muchísimo más permisiva y de origen humilde, aunque más consciente de las necesidades de los pequeños. El director critica la rigidez de ciertos sistemas educativos, demuestra que la identidad no viene marcada por una herencia genética, y a mitad de metraje abre su historia a latitudes más hondas: la noticia que quiebra la rutina de los cuatro adultos, entre los que empieza a surgir una necesaria relación de amistad, hace que el protagonista eche la vista atrás y rastree sus comportamientos como padre en su identidad como hijo, y el relato familiar su multiplica e intensifica al aparecer en escena los tíos, los abuelos y todos los personajes y espacios que condicionan el devenir de todas las partes.


De tal padre, tal hijo es una obra maestra por la que no pasarán los años y que emociona todavía más a medida que se recuerda. Una película puente, ya que a medida que la volvamos a ver y en función de nuestra experiencia vital tendrá nuevos valores, estará abierta a nuevas lecturas. Únicamente le apuntamos un 'pero': la película, si bien es sumamente intuitiva y sintética en su terreno emocional, carga el metraje al querer explicar la completa evolución del padre protagonista hasta una bella escena final de redención y perdón (en este sentido, puede afirmarse que Koreeda es la primera vez que rueda pensando en un público occidental, detalle que le lleva a acoger una estructura narrativa un tanto convencional). Con todo, nada o casi nada desluce esta clase magistral de humanidad. Un film que sólo puede venir firmado por alguien que conoce muy bien la materia de la que están hechas las grandes historias, y que la moldea a su antojo hasta crear piezas de arte de gran valor. De tal padre, tal hijo es una película que pone alerta todos nuestros sentidos y acaba aportando una paz reconfortante. Mejor verla y digerirla en soledad, por pudor y porque activará en cada caso un mundo de recuerdos y vivencias muy personales. Se sale del cine con más equipaje del que llevábamos al entrar. Una vez más, gracias, señor Koreeda.


Para disfrutar de esas pocas veces en las que el cine nos permite ser mejores personas.
Lo mejor: Remueve por dentro.
Lo peor: Que no termine en la escena de la foto de grupo al lado del río.

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Nota: 8'5

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