sábado, 9 de febrero de 2013

Crítica de OPERACIÓN E, de Miguel Courtois

La casualidad quiso que minutos antes de entrar al cine para ver Operación E estuviese leyendo La vorágine, una de las novelas más oscuras y terribles de la literatura hispanoamericana que he tenido ocasión de leer. En Operación E encontré la selva del libro, ese espacio lleno de peligros, terreno de lo mágico y lo secreto donde se da cita lo trágico. En la selva de Operación E convive lo mítico y lo humano, es el espacio definido por lo rústico y agreste, pero al mismo tiempo remite a lo bello, a lo instintivo. La selva como reflejo de una civilización quebrada, con unas guerrillas de las FARC dominando una zona alejada del mundo y al mismo tiempo representando la misma historia de manipulación y opresión que podría tener lugar en cualquier rincón del planeta. Puede que ensimismado por la comparativa, de nuevo fortuita, entre la película de Courtois y la obra de Eustasio Rivera, la película perdiese en lo personal poder de evocación en su segundo tramo, cuando Crisanto, un excelente Luis Tosar, se traslada a la gran ciudad para salvar el niño que los militares le cedieron días atrás. Y es entonces cuando la poética selvática, novedosa en el cine español, da paso a una película de temática social encaminada a denunciar la situación de un país y a exponer punto por punto el caso real que basa el guion. En esa segunda mitad Courtois parece volver a sus preocupaciones y a su tono de thriller de denuncia, pero el objetivo de su cámara se torna reduccionista, obvio. De forma que al final poco queda de ese Tosar interrogado, mirando a cámara mientras confiesa, como sucede con el protagonista de La vorágine, que solo se había adentrado en la selva años atrás con fines arribistas y que el espacio, un personaje más, le engulló en sus profundidades. Operación E no está demasiado lejos del thriller de contexto potente pero retórica obvia de El lobo o GAL, las anteriores producciones de Courtois, y es una lástima que la película abandone el tono temebundo de su inicio, más intuitivo y al final más grave, para ceder a la obviedad de quien filma un falso documental más preocupado en mover conciencias que en crear una pieza de arte con emoción y verdad. El conjunto se salva gracias a Tosar pero no dista de ser un reportaje televisivo de lujo que toma la denuncia por bandera y se olvida por el camino de tener una personalidad y algo que decir más allá de la historial real.


Para viajeros intrépidos con conciencia
Lo mejor: Tosar, talento sin fondo.
Lo peor: El tono 'docutelevisivo' de su segundo tramo.

Nota: 6

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