El cine lo vemos, lo disfrutamos y lo entendemos desde una sensibilidad 'equis'. Con la comedia eso parece todavía más evidente. Resulta difícil explicar por qué algo nos hace o no gracia porque la sonrisa, y ya no digamos la risa, nace de algo instintivo difícil de explicitar. Ni yo mismo entiendo por qué Modern Family me gusta tanto y por qué en general todas las sitcoms televisivas me parecen de lo más relamidas. Y seguro que más de un esnob que defiende el cine a contracorriente luego se lo pasa teta con la escatología cañí de ciertas series nacionales. La clave de todo esto, creo, depende de hasta qué punto uno pone la barrera entre lo gamberro y lo incorrecto, la parodia y lo directamente amoral. No todos los humoristas creen ético hacer bromas de, por ejemplo, el 11-S, y otros en cambio no entienden el humor sin provocar, aunque esto suponga recibir aplausos y críticas encendidas a partes iguales. También existe la risa culpable, aquello que te hace gracia aunque en el fondo sabes que no es ni buen cine ni un modelo de conducta. Si el cine es subjetivo de por sí escribir sobre comedias como El dictador puede convertirse en todo un reto. Porque bien pensado no vale sancionar el film por su tendencia al chiste 'heavy': el pecado no está tanto en la historia filmada por Larry Charles y protagonizada por Sacha Baron Cohen como en los ojos que miran, y hay que reconocer que entre los espectadores y entre los críticos hay personalidades muy susceptibles. Ahora bien: tampoco entiendo, tal vez porque no sabría exponerlo con mis propias palabras, las reseñas que describen El dictador como la repanocha de la comedia yanki con fondo y trasfondo. Acogiéndome a esa subjetividad, reconozco que Borat me insultó en lo más profundo, y que por influencia de ese film directamente preferí no visionar Brüno. Con El dictador, en cambio, tengo la sensación de que el tándem que forman Charles y Baron Cohen quieren contarme una historia más allá de la comedia 'de personaje' heredera del monólogo y el sketch televisivo. En paralelo, su tendencia constante al humor guarro (masturbaciones, lametazos en plena axila, calificativos entre el ingenio y lo denigrante) me distancia de la película y me obliga a poner en cuarentena su contenido crítico. Algo que creo es una postura bastante razonable cuando el antihéroe, o el mal modelo de conducta, es al mismo tiempo el héroe, o la estrella de la película. Si El dictador es más o menos buena o mala lo dejo a la libre sensibilidad del lector y del espectador. Si las técnicas de El dictador, claramente populares y afines al lenguaje de cierta muchachada, son suficientes, perfectas o contradictorias con lo que se nos cuenta queda también a juicio del cinéfilo. En lo personal El dictador me ha entretenido bastante y su amplia gama de recursos (gags visuales, chistes políticos, tics caricaturescos, total ausencia de mojigatería, fugas al absurdo puro y duro, etc.) hace que haya 'algo que rascar'. Aunque, evidentemente, El dictador se sitúa en el ala contraria de las formas de ser y de ver cine de este blog. Es muy complicado establecer hasta qué punto El dictador pone en la lupa de aumento los prejuicios de la sociedad norteamericana, y por ende la nuestra, o si en ese acto de ampliación también se produce una desvirtuación de los códigos de la buena comedia, parodia o sátira. Por una vez prefiero no mojarme.
Nota: 5
Si tú lo dices, a pesar de que mo llena el estilo tu blog, entonces habrá que concederle aunque sea, el beneficio de una miradita
ResponderEliminarEstas peliculas me divierten, sin mas. Creo que quien busca criticas sociales y demasiada profundidad en una peli como esta se equivoca de cabo a rabo ... aunque a la promocion de la pelicula le viene bien. Quitando el cachondo discurso final .... Lo demas son guarradas, burlas religiosas y cachondeo mas o menos evidente que ni ofende ni trasciende, aunque si me divierte.
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