El vídeo de Benny contaba la historia de un niño cuya fascinación por la violencia y el cine sangriento le llevaba a matar a una menor de su misma edad. De mayor quiero ser soldado retoma la misma premisa e intenta indagar las motivaciones que pueden llevar a un niño de 10 años a querer inmiscuirse en una guerra. Por desgracia, De mayor quiero ser soldado se queda en la fascinación de las imágenes incómodas que bombardean la televisión del joven protagonista. Molina se limita a montar imágenes de bombas, soldados en acción y cadáveres. No hay reflexión, porque todo resulta bastante obvio y banal. Hay crítica a la televisión, y paradójicamente también una estética televisiva que contradice la falsa moral de la película. Haneke insertaba muy inteligentemente un doble relato, el de los padres que encubren el delito del hijo, y su historia llegaba a la categoría de escalofriante parábola moral, crítica directísima a la sociedad de consumo y del aparente bienestar. Los padres de De mayor quiero ser soldado actúan como figuras planas y prototípicas: ni saben parar los pies a su peligroso retoño ni el discurso de la película castiga su negligencia como educadores. No es que defendiendo a Haneke prefiramos un cine más críptico, más hermético, más silencioso, menos obvio, en contra de las corrientes comerciales: el problema es que lo que el austríaco planteaba por abstracción, Molina lo hace mediante la inserción efectista de diálogos bienintencionados. Haneke no tiene miedo a resultar desagradable si para ello llega a la médula de la cuestión, y Molina se queda en la superficie. De mayor quiero ser soldado, más que establecer una crítica de la violencia en los medios de comunicación, habla de un fanatismo exacerbado por la estética militar, seguramente plausible, pero en la ficción bastante exagerada y postiza. Funciona como thriller pasado de rosca (los amigos imaginarios de Alex como fantasía dentro de la fantasía), pero su impacto social es mínimo: más bien dan ganas de liarse a tortazos con el espectador de la fila de arriba. No me creo absolutamente nada: este chico lo que necesita es una Supernanny con mano firme, y Molina un maestro que le recuerde que poner en boca de sus personajes las barbaridades de la guerra no implica hacer un relato antibelicista. Artefacto artificial, como su póster promocional.
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