sábado, 9 de julio de 2011

Especial CHRISTOPHE HONORÉ: LES CHANSONS D'AMOUR y HOMME AU BAIN

LES CHANSON D'AMOUR (LAS CANCIONES DE AMOR), de Christophe Honoré (Francia, 2007)
Uno de los aspectos que más destacan los críticos del cine de Almodóvar es su capacidad por conjugar lo sublime con lo ridículo, una idea que se repite en casi todas las reseñas y que han tomado para sí todos los cinéfilos que intentan adentrarse en el complejo mundo fílmico del manchego. Esa idea también se podría aplicar al cine de Christophe Honoré: sus películas se debaten entre una tensión lírica y otra sexual, sin posibilidad de una narrativa convencional, en línea recta, con su particular sujeto, verbo y predicado; su presentación, nudo y desenlace. Honoré juega todo el tiempo a romper la lógica de sus relatos y el espectador recibe a cambio imágenes muy diferentes durante una hora y media en el que se dan la mano lo genial con lo escandalosamente risible. Así, llena de fugas, contradicciones y digresiones discurre Les chansons d'amour, una película provocadora, sinestésica, caótica y desordenada, capaz de encandilar y enervar a partes iguales. Como ocurre con Almodóvar, hay ciertas escenas que uno no sabe si fueron concebidas para provocar la risa o invocar el llanto, y de hecho esa inestabilidad, ese no saber qué ocurrirá en la escena siguiente, es lo que sustenta un film frágil, homenaje a la chanson française y encantada del carácter libertino de su estructura y de sus protagonistas. Con Honoré nunca hay personajes en el sentido estricto del término: más bien conceptos, ideas, siluetas que esconden un alma inquieta, ángeles de formas etéreas que se enredan y desenmarañan a gusto del realizador. Honoré vuelve al concepto y prescinde del cuerpo de sus criaturas: por eso sus escenas sexuales son tan sutiles, más insinuadoras que explícitas, más románticas que físicas, como si el francés estuviese enamorado del amor en mayúsculas, y no de sus enamorados. Es aquí cuando la ilógica de Les chansons d'amour se vuelve la tónica habitual: una pareja heterosexual se quiere, pero ella siente algo por otra chica y él acabará liándose con un estudiante de ciencias. La vida en su explosión más colorista y la muerte en su expresión más sombría vuelven a juntarse, como tantos otros antónimos que Honoré toma para sí atrayendo todos los polos opuestos posibles. De esta mezcla de tonos y referencias sale una película que tiene mucho de la Nouvelle Vague y de Audrey Hepburn, de Jules et Jim y de Los paraguas de Chesburgo, del vodevil y del papel cuché, también de Almodóvar. Honoré viene a decirnos que todos necesitamos de alguien que nos dé cobijo en los momentos alegres y tristes, que la soledad es tan irremediable como terrorífica. Aunque lo que destaca es la forma de contarlo: hasta ese final en el balcón, volviendo a ese París nocturno que protagoniza discreto la película, el espectador no sabe si lo que está viendo es un chiste o una reflexión grave de la vida. En Cannes 2007 fue una de las más detestadas de la Selección oficial, pero este blog se siente totalmente afín al estilo paranoico de Les chansons d'amour. Llena de rimas o de ripios según quien la mire, pero en todo caso repleta de rabiosa originalidad, de una inconfundible personalidad.


Nota: 8


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HOMME AU BAIN (HOMBRE EN EL BAÑO), de Christophe Honoré (Francia, 2010)
El director Christophe Honoré explota al máximo su condición de voyeur en Homme au bain, una película rara, no realizada para distribuirse en los circuitos habituales y aún menos para tener la fama y el impacto de sus anteriores obras. Se trata de un experimento inusual en el que Honoré viene a decirnos que lo que más le interesa es la sexualidad tras la cámara. François Sagat, muso del cine erótico gay, protagoniza una historia en la que se suceden escenas de desnudos, relaciones sexuales y escaso diálogo. Honoré empezó como novelista y parece que ha acabado rodando engendros sin libreto alguno. Homme au bain intenta ser poética y acaba siendo aquello que parece: una película casi pornográfica vestida (o desnuda) de cierto refinamiento para estetas excéntricos. Destaca el citado Sagat: él, con ese físico tan extraño, es el objeto del deseo del resto de personajes y el sujeto al que Honoré filma con delectación, imaginamos que en estado de continua erección. Porque para eso sirve la película: para situar de tapadillo el cine porno en las estanterías del cine convencional (o habitual, o mejor). Aún así, en algunas escenas, sobre todo ese episodio neoyorkino con Chiara Mastroianni (tan fiel a su director fetiche que le ha acompañado en un proyecto que sabía a naufragio desde el principio), Honoré demuestra que incluso con una cámara casera y sin sonido puede crear escenas con cierta atmósfera. Si sus tendencias, ya sean sexuales o cinéfilas, les hacen totalmente inmunes a los músculos de François Sagat, olviden esta película. De todas formas, seguro que Sagat tiene mejores películas para tardes calientes... Volviendo al título, al menos tenemos que agradecerle a Honoré que no se le ocurriese filmar a Sagat haciendo sus necesidades.


Nota: 4

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