Les beaux gosses, parida en Francia (para muchos, el país con la mejor cinematografía del mundo), viene a desmitificar toda una constante en el cine norteamericano: la rutina, insulsa y al final falsa, de retratar a los más jóvenes en títulos cuyos atributos van de lo macabro a lo almibarado. Los españoles hemos copiado el modelo yanki y Fuga de cerebros o Mentiras y gordas, las dos de nuestra cosecha del 2009, vienen a confirmar la influencia de American Pie, título generacional, y otros nombres siguientes, la mayoría carentes de inventiva. Les beaux gosses, entre tanto lío, engrandece la temática juvenil y nos enseña cuál es el modelo de buena comedia. No puede entenderse Les beaux gosses sin la Nouvelle vague y posteriores, pero tampoco sin la impronta del cine norteamericano; además, la narrativa del film conecta directamente con la tira cómica, el gag visual, el juego de palabras, la colección sublime de chistes con clase, las características de un Persépolis juvenil o un Ghost World en erección. Y las referencias no se acaban: Les beaux gosses, que siempre navega entre el realismo y la exageración, la seriedad y el desmelene, viene a echar por tierra parte del discurso de La clase, una película excesivamente intelectual cuyos planteamientos éticos y estéticos restaban vigor a su discurso. Les beaux gosses, como resultado, es la mezcla definitiva entre cine social y cómic alocado, un retrato de la adolescencia sin rodeos ni escenas burdas, un estudio del mundo adolescente que dejará huella.
Uno de los aciertos de Les beaux gosses es indagar sobre la adolescencia con unos personajes y escenarios totalmente coherentes con la realidad. Pero, y he aquí su rasgo definitivo, la película desmonta ese realismo aparente y trata a sus personajes como seres de una viñeta, piezas imprescindibles que el espectador conoce de inmediato y con las que no es difícil sentir cierta empatía. Sumidos en esta estructura mágica, la platea acepta el objetivo de Hervé, adolescente espigado y lleno de granos, como la gesta de un héroe invencible y deja llevarse por una colección de besos, morreos, chupeteos, anhelos y otras ensoñaciones. La atmósfera de Les beaux gosses consigue otro milagro: abrir su trama a todo tipo de público y lograr confirmarse como la película joven, de jóvenes y para jóvenes que más y mejor trata el tema sexual (el ritual de la paja como acto íntimo que inquieta a la madre del crío; la necesidad de buscar el primer rollo, un objetivo que queda claro desde el inicio; y la postura del que, tras algunos líos y amores, se sabe experto en la materia, como corrobora esa escena final totalmente rompedora). Lo que sigue es una auténtica delicia: una Emmanuelle Devos ligera de cascos, una Irène Jacob en un baile para el recuerdo, un profesor suicida, otro gay, un alumno árabe que resulta ser la guinda del pastel, una madre pegada a un cigarrillo y víctima de las heces de unos aviones, las babas de un perro, el símbolo del plátano... Es corta, entretenida y elegante, capaz de transmitir un buen rollo increíble. Apunta a film de culto y taquillazo europeo.
Pinta bárbara. La traducción al inglés es cualquiera.
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