jueves, 23 de julio de 2009

OBRAS A REIVINDICAR: TIME (2007)

El público reconoce un film de Almodóvar desde el primer fotograma, domina los puzzles de David Lynch (más artista que cineasta) y sabe de antemano el barroquismo que pueblan los títulos de Peter Greenaway. A estos tres ejemplos, nacidos y crecidos en festivales de prestigio, cabe añadir el nombre de Kim Ki-Duk, director que rueda poesía por necesidad y convicción. Sus historias han sido cruciales para que nuevas plateas logren entender el tempo lánguido, los silencios, las miradas y las sutilezas del nuevo cine asiático. Ki-Duk ya no sorprende como el primer día, y ahora, víctima de su estilo simbólico, no recibe el apoyo de la crítica, la misma que habló maravillas de La isla o Hierro 3. Pese a todo, y como en todas las filmografías, debe diferenciarse títulos aceptables (El arco, Aliento), buenos (La isla), mejores (Hierro 3) y sublimes (Samaritan Girl). En este compendio de títulos, Time ocupa un lugar especial y se suma al cupo de pequeñas grandes sorpresas. Nunca Ki-Duk se mostró tan onírico, metafórico, radical y dramático: Time es un culebrón en toda regla, un festival de celos y obsesiones que acaba siendo un drama alambicado, una colección de momentos tan forzados como enigmáticos. Y al final, aceptando ser carne de festival y medallas, Ki-Duk hereda la pasión y las tramas surrealistas de Almodóvar, la tétrica mirada de Greenaway y los rabiosos trastornos de David Lynch. Pudo ser hilarante (por mala), pero al final Time es delirante, absorbente, totalmente impredecible. Peca de muchas cosas, pero Time, que aglutina lo mejor y lo peor de su creador, es una crítica a las apariencias, a la devaluación del amor en tiempos modernos, a la insatisfacción e inseguridad de una generación extraña, aunque sensible ante el arte (vía fotografías, esculturas o pinturas). La utilización de la cirugía estética como leitmotiv narrativo y juego de máscaras es, simplemente, sublime. Una victoria.



Ki-Duk sigue fascinando con su inusual unión de violencia y poética. Cada historia del coreano aúna un aura excepcional, roza lo inverosímil y se sirve de una sutil brutalidad para dibujar relaciones tortuosas, amores que matan. Ki-Duk es metafórico, tanto que puede resultar empalagoso. Debido a esto, los escenarios de Ki-Duk son misteriosos: una isla entre real y metafórica, un barco pesquero en alta mar, una estampa que muta con las estaciones, una cafeteria regentada por parejas en crisis o un paisaje urbano en el que el humano vive cohibido (el piso pequeño y tecnológico de Time ya aparecía, no por casualidad, en Aliento y, sobre todo, en Hierro 3, donde los protagonistas vivían en casas deshabitadas y se aprovechaban, aunque con bondad, de la morada del otro). Ki-Duk derrocha sensibilidad en cada plano y en cada gesto, aunque, como sucede aquí, la necesidad de cuadrar el relato, cerrarlo y dotarle de sentido puede enervar a más de un espectador comprensivo. Time, en definitiva, llega en el momento justo, en el punto en el que el coreano empezaba a perder seguimiento e interés. Lejos de todo esto, Time lame sus excesos y se convierte en una de las mejores películas del pasado 2007. Porque Ki-Duk, que a veces parece de otro mundo, seguirá dando mucha guerra.