El cine es más difícil (de hacer, de ver, de analizar) de lo que parece. La gente contempla una película sin demasiado esfuerzo y entiende que el drama debe provocar el llanto y la comedia, invitar a la (son)risa. El esquema, sempiterno e indiscutible, encuentra pequeñas excepciones en películas como Cerezos en flor, donde el tono no es ni dinámico ni lento, ni vitalista al cien por cien ni radicalmente elegíaco, ni europeo (en referencia a la primera parte del film) ni asiático (en clara alusión al último tramo del relato). Tal característica, rasgo distintivo de un film único y bello a su manera, no debe entenderse como un defecto: su directora quiere narrar la medianía desde la medianía, sin que esta sea sinónimo de mediocridad. Intensa y sintética como un haiku, la película encarna la metáfora de la bailarina de cara blanca, cuyos movimientos son sutiles y a la vez expresivos, violentos, palpables. Cerezos en flor, por encima de todo, es un ejercicio de contención, una forma original de ahondar temas como la muerte, la redención o las relaciones entre padres e hijos. Estamos ante una historia que triunfa por la cadencia de sus imágenes y por los temas que toca, siempre evitando la crítica incisiva y posibilitando la poesía. Cerezos en flor se construye de susurros y el espectador retiene sin darse cuenta una rica colección de sutilezas. La película, en contra de lo que podría parecer, perdura.
Doris Dörie, desde una narración aparentemente blanca, habla de la sociedad materialista, expone la necesidad de cuidar de nuestros mayores; a partir de una historia de amor, culpabilidad, enfermedad y viajes físicos e interiores, desnuda nuestro estado de opulencia, denuncia la corrupción de una especie vampirizada por el trabajo y las apariencias, propugna un regreso a lo íntimo porque todo pasado fue mejor (los protagonistas aseguran no conocer a sus hijos) y porque lo moderno, con sus rascacielos y sus habitantes frustrados, nos aleja de la felicidad. La racionalidad de la gran ciudad crea seres irracionales, por eso el relato recompensa a la amiga del protagonista (el dinero heredado la hará más fuerte frente a las desigualdades del sistema) y no a los hijos que, demasiado centrados en trabajar, no se dan cuenta que carecen de posesiones, vida y espíritu, que traicionan a su propia naturaleza, que el bastón siempre espera escondido tras la puerta (la culpabilidad del padre encuentra expiación; la culpabilidad de los hijos, no). Dörie aparece aquí como una purista, heredera de Yasujiro Ozu o Ingmar Bergman y seguidora de los escenarios de Lost in translation o Babel. Cerezos en flor, pese a estar rodada en cámara digital, es y quiere ser una pieza clásica, austera y contemplativa; una encrucijada entre oriente y occidente; una narración plagada de símbolos y pequeños detalles. Dörie explora la senda contraria a la de, por ejemplo, Isabel Coixet o Krzysztof Kieslowski (más grave, menos ligera), y se desliga de los esquemas de las tragedias clásicas, por concepto exageradas y rocambolescas. Pese a esto, Dörie peca de poeta y, en ocasiones, aporta más información de la necesaria y fuerza la historia en pos de su mensaje (sin ser pesada, dos horas de metraje son siempre largas). Tics explicativos a parte, el film es un refugio que entretiene y purifica. Muy satisfactoria.
Esta es una pelicula q tenia muchas ganas de ver, pero entre q sus pases en el festival de Valladolid me venian horribles, y q no voy al cine desde hace eternidades porque vivo estresado por los examenes... pues aqui me tienes! T___T
ResponderEliminarSin embargo, la vere! Lo juro!
Un abrazo!
Xavier, yo como buena zonza que soy a veces la he empezado a ver y la dejé a pesar de que desde el vamos me atrajo, pero es que el tema que parecía abordar me dio miedito, ando tan sensiblota últimamente. Ahora me le animaré porque veo que va más allá del tema de la muerte, las despedidas finales, etc. Gracias!
ResponderEliminarAcabo de verla XAvi, y concuerdo en todo lo que dices... ya me quedé sin reseña que hacer!!! jajaja incluso ahora que te releo eso de "Dörie aparece aquí como una purista, heredera de Yasujiro Ozu o Ingmar Bergman y seguidora de los escenarios de Lost in translation o Babel" es tal cual pensaba al momento de verla!.
ResponderEliminarIncluso también concuerdo en la longitud de las dos horas que si bien son muy llevaderas de por sí tiene momentos de por más contemplativos que quizá podrían haberse acortado...además de ciertos golpes bajos que me parecieron innecesarios pero muy buen film.
Por cierto veo que hablarás en la semana del cine francés de Amelié y bleu!!!! espero con ansias leer sobre ellas!.