Duris es un parisino que está a punto de morir. Su ocaso se acerca y su única actividad es espiar las gentes de la ciudad desde el balcón de su piso. Gracias a este hecho, la cinta nos introduce en la vida de su vecina, el profesor de historia que ama a ésta, el hermano de éste, y demás seres que definen y pueblan la capital francesa, al menos la urbe bucólica que mima a sus símbolos (torre Eiffel a la cabeza), el París que filma Klapisch en su película más desangelada. La aportación actoral es sólida, digna de toda nueva oda a las historias cruzadas: Duris está excelente, Binoche brilla como siempre y Luchini rompe la fachada de la fría femme fatale Laurent. Las tramas casan con más o menos atino y todo se ve sin sobresaltos; el problema es otro: el conjunto carece de densidad y ello acaba afectando a la solidez de una cinta que se permite demasiadas licencias. París no sabe qué contar ni qué tono utilizar, algo que la condena a dos horas de extraño titubeo. Objetivamente, no quedan bien resueltas la trama del emigrante africano (o cómo mostrar París como objetivo, como paradigma del bienestar y el espíritu europeo), el episodio del mercado (divertido, pero al final prescindible, intrascendente) o algunos momentos de tremendismo impostado (no nos creemos el accidente de tráfico de una de las protagonistas, excusa que utiliza Klapisch para dibujar un romance final entre Binoche - Dupontel). Todo homenaje a la ciudad de las luces parece poca cosa tras Paris, je t'aime, y el París de Klapisch llega tarde y de forma poco certera. Como historia de historias, narración de fragmentos y retales, hay partes que se disfrutan y otros aspectos menos acertados. Aclarados sus puntos flacos y reivindicadas sus virtudes, a nadie le amarga un dulce y esta visita turística merece la pena. París es mucho París: por ello la cinta obtuvo la nominación a los Cesar (¿o simplemente una muestra de chovinismo barato?).
La magnífica escena final, un regalo que aquí no se contará, abre un nuevo frente de debate. París hubiera sido mejor película con menos ambiciones, o lo que es lo mismo, con una única historia: la del enfermo Duris y su hermana Binoche. La realidad es otra porque a Klapisch siempre le han gustado las mezclas, las multitudes, las texturas. El cineasta francés entiende el cine como un collage caótico, pero esta plantilla no se ajusta a la perfección si el resultado deseado es un drama con fuerza. Por ello, París conserva el aliento de relatos bien intencionados, geniales ideas e irregulares resultados. A diferencia de otras vidas cruzadas, la cinta aparca cualquier atisbo de pedantería o ñoñeces y se sabe deudora de todas las ficciones que han poblado las calles parisinas. El respeto, oficio, humor y leve tragedia que irradia París deben ser nuestras armas para saborear la película y perdonar sus curvas. Una ciudad que siempre nos atrae: París es sinónimo de cine, y puede que París no sea cine redondo, pero sí estimulante. Un bien alto, como dirían los maestros.
Paris tiene mágia y por lo que cuentas en tu crítica,el film se deja ver..
ResponderEliminarintentaré visionarlo.
un saludo