lunes, 30 de noviembre de 2020

CRÍTICA | BABY, de Juanma Bajo Ulloa


BABY
España, 2020. Dirección y guion: Juanma Bajo Ulloa
Festival de Sitges: Mejor música


Juanma Bajo Ulloa fue junto a Amenábar y a De la Iglesia el gran renovador del cine fantástico en los 90, incluso un fenómeno de masas. Con todo, en los últimos años el firmante de Alas de mariposa y La madre muerta ha construido a su alrededor un personaje propio, alejado de la primera división cinematográfica. Baby es su regreso a casa: todo en ella tiene reminiscencias, leves toques de esa magia que nos cautivó hace tres décadas. Tras su paso por Sitges, Bajo Ulloa aspira a dividir al personal con una película que es un experimento (logrado) y una experiencia (irregular). Baby es una película muda, con muy pocos personajes, una estética muy trabajada, una música envolvente y apenas una casa como espacio principal. Cuenta la odisea de una joven drogadicta que cede su bebé a una mujer extraña que vive con la que parece ser su hija y su nieta en una cabaña en mitad de un bosque. Minutos después, la protagonista se arrepiente, regresa a ese lugar y se dará cuenta de que las mujeres utilizan a los bebés para esconder un trauma familiar y para ganar dinero. Poco más. Porque, allá donde la historia se antoja escueta, la atmósfera gótica, el misterio inmanente de sus bellas y sucias imágenes, realza lo que es un cuento titubeante, alegoría de la maternidad, relato de mujeres que espían y que son espiadas. Quienes quieran bucear en su universo tienen a su disposición una nómina de símbolos como el chupete de nácar, el nido, la araña o las botellas vacías para buscar dobles sentido donde, tal vez, solo haya mera literalidad. Por parte del cineasta vasco, otro intento más, aunque con mayor tino, por reafirmar su discurso. Ese es su mérito y su gran talón de Aquiles: ser un verso libre en nuestra industria. Baby, para bien y para mal, es cien por cien Bajo Ulloa. Le sobra inventiva. Le falta un hervor. El debate está servido. 




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