jueves, 22 de octubre de 2020

CRÍTICA | NIEVA EN BENIDORM, de Isabel Coixet


NIEVA EN BENIDORM

España, 2020. Dirección y guion: Isabel Coixet

Festival de Valladolid: Sección oficial


Detesto Benidorm. Es el símbolo de la especulación inmobiliaria. El cliché de playa, sol y bebidas a pocos euros. La ciudad en la que gente estúpida, vestida de manera estúpida, habla de cosas estúpidas mientras les suceden avatares estúpidos. El lugar que mejor representa esa dependencia española por el turismo y los clichés que luego, hipócritamente, muchos critican. Con todo, entiendo que Coixet haya visto en la costa alicantina cierto atractivo. Neones y desfases, los bullicios a primera línea de mar y las urbanizaciones abandonadas de las afueras. Hay, en efecto, algo exótico y chabacano en Benidorm. Indudablemente, sus gentes esconden tramas muy prometedoras. ¿Por qué decidieron pasar su vida en un sitio que representa lo estacional, la nada absoluta? ¿De qué se huye o qué se quiere conseguir? Pues bien... Coixet no cuenta ninguna historia: se recrea en un sentimiento de pausa. Una pena inconcreta, ensimismada, dilatada a propósito. Poca cosa, por desgracia. Más aún si ese vacío tiene forma de un banquero atolondrado, una cabaretera taciturna, una limpiadora medio chamana y una policía con alma de poeta. Decepcionante si, tratándose de una cineasta tan experimentada, la atmósfera se construye a base de planos nocturnos, músicas italianas, colores saturados y otros estilemas ya vistos con anterioridad. Coixet domina los cuentos, filma la belleza de lo inverosímil. Aquí no sucede nada de eso. Nunca antes sus fotogramas habían tenido aromas de determinado cine clásico norteamericano, incluso del absurdo de Kaurismaki, pero nada funciona. Nieva en Benidorm es Coixet imitando a Coixet, alguien haciéndonos creer que se puede comer un arroz negro con cucharas de madera a las tantas de la madrugada mientras se parafrasea a Sylvia Plath sin que en el patio de butacas nadie frunza el ceño. Hay, para colmo, muchos más despropósitos. Sin el riesgo de sus películas más radicales. Sin la verdad de los nombres que cimentaron su fama: Mi vida sin mí y La vida secreta de las palabras. Una película para olvidar. Como la resaca posterior a una borrachera en, por supuesto, cualquier antro, hotel, tumbona o descampado de Benidorm.

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