miércoles, 31 de octubre de 2018

CRÍTICA | CLIMAX, de Gaspar Noé


Crying at the discotheque
CLIMAX
Festival de Sitges: Mejor película. Festival de Cannes: Quincena de Realizadores
Francia, 2018. Dirección y guión: Gaspar Noé Fotografía: Benoît Debie Música: VV. AA. Reparto: Sofia Boutella, Romain Guillermic, Souheila Yacoub, Kiddy Smile, Claude Gajan Maull, Giselle Palmer, Taylor Kastle, Thea Carla Schott, Sharleen Temple, Lea Vlamos, Alaia Alsafir, Kendall Mugler, Lakdhar Dridi, Adrien Sissoko, Mamadou Bathily Género: Thriller Duración: 95 min. Tráiler: Link Fecha de estreno en España: 11/10/2018
¿De qué va?: Veinte bailarines se reunen durante tres días en una experiencia formativa en plena montaña. Afuera nieva. Adentro, el fin de fiesta se convertirá en un infierno.



Gaspar Noé lleva años hiriendo las retinas y explotando los tímpanos de la comunidad cinéfila. Cada una de sus películas se concibe como un experimento extremo. El listón estaba muy alto, pero es de justicia señalar que el director se ha vuelto a superar con Climax. Y de paso, también pone contra las cuerdas el gusto o disgusto de la crítica, últimamente concentrado en ese patio de vecinos que es Twitter y que, bonita ironía, se asemeja demasiado a la reunión hormonada, alcoholizada y eufórica que representa el film. A Noé le van los follones y los fiestones, lo suyo son los extremos, su sentido de la narración es enteramente visual, su concepto de la realidad es el de la pura pesadilla. Si le dan al play o compran su entrada, asuman las consecuencias. No busquen tres pies al gato ni pidan adjetivos moderados. Climax no admite moralinas. Para quien escribe, aquí no hay metáforas. Estamos, simplemente (y qué poco de simple tiene el asunto), ante una experiencia inédita, un viaje hacia la sinrazón. La excusa: una estancia formativa de jóvenes bailarines. La perdición: una sangría cargada de LSD. Y el resultado: una agonía con cuerpos en estado de convulsión, vómitos y muertes, caminatas erráticas entre pasillos estrechos y luces de neón. Con la bandera de Francia ondeando en lo alto; en otras palabras, con el ego de Noé superexaltado. Porque el sinvergüenza de Noé sigue volviéndonos tarumbas, aunque el suyo sea un "no arte", la decrepitud hecha imágenes. Me cabrea que Noé crea estar hablando en todas sus obras de conceptos elevados cuando en verdad no diserta sobre nada, pero me fascina que sus fotogramas siempre me lleven al borde del precipicio. Bien pensado, es una suerte que el cine todavía produzca sensaciones tan vívidas, más si cabe ahora que los amantes del audiovisual ocupan posturas tan resabidas en público y en privado. No era la mejor película del Festival de Sitges, pero sí la más difícil de olvidar y, por ende, la que promete aportar más al audiovisual del futuro. Premio, vaya, muy bien dado. Por mucho que la resaca sea tan monumental que a uno no le queden ganas de repetir. Pero querido Noé, no te preocupes: veremos todas las sublimes chorradas que hagas de aquí en adelante como corderitos esperando en la puerta del matadero. 


Para "botelloneros" que siempre quieren más, y más, y más, y más...
Lo mejor: Gusta y asquea a partes iguales.
Lo peor: Gusta y asquea a partes iguales.


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