lunes, 10 de septiembre de 2018

CRÍTICA | YUCATÁN, de Daniel Monzón


Pillos a bordo
YUCATÁN
España, 2018. Dirección: Daniel Monzón Guión: Daniel Monzón y Jorge Guerricaechevarría Música: Roque Baños Reparto: Luis Tosar, Rodrigo de la Serna, Joan Pera, Stephanie Cayo, Toni Acosta, Adrián Núñez, Txell Aixendri, Angelo Olivier, Alicia Fernández, Leticia Etala, Xavi Lite, Cristóbal Pinto, Óscar Corrales, Joche Rubio, Alex Amaral, Aranzazu Coello Género: Comedia. Aventuras Duración: 130 min. Tráiler: Link Fecha de estreno en España: 31/08/2018
¿De qué va?: Distintos personajes coinciden en un crucero. Un pianista argentino, la estrella principal del cabaret, una amante de las piedras preciosas, una sesentona aparentemente normal y un panadero al que le ha tocado la lotería, así como todos sus familiares directos, son los protagonistas de una travesía surrealista.




Siempre he expresado mi simpatía por Daniel Monzón, en público y en privado. Es uno de los pocos cineastas, no sólo españoles, cuyo cine respira pasión por los cuatro costados, respeto por los géneros y una capacidad notable para de seguirlos y subvertirlos con elegancia. Veo El robo más grande jamás contado y me imagino a un pillo que, detrás de la cámara, cree estar birlando el Guernica a un palmo de nuestras narices. Reviso Celda 211 y veo un amplio compendio del cine carcelario llevado a un ámbito muy nuestro, también de todos. Vuelvo a El niño e intuyo a un chaval trasteando con helicópteros y lanchas acuáticas, pero sin perder de vista los flecos adultos de su historia. La filmografía de Monzón se basa, en resumen, en la idea del juego, y por ello no debería sorprendernos que Yucatán, su nuevo trabajo, se desmarque en cierta medida de las tramas de acción que filmó bajo el arropo mediático de Mediaset. No hay tanto un cambio, premeditado o accidental, como, de nuevo, una voluntad por seguir probando, fabulando. Porque Yucatán es un juego, el más ambicioso que pueda permitirse un cineasta en esta España de estrecheces presupuestarias: se ha filmado en Tenerife, Marruecos y México entre otras localizaciones, y de sus desventuras se obtienen instantes que bordean el musical, la screwball comedy de regusto norteamericano, el vodevil más cañí, el romance o, si nos ponemos con anglicismos, la marriage movie, la buddy movie, la boat movie y similares. ¿Cómo iba a negarse un director como Monzón, disfrutón desde sus inicios, a semejante juguete?


Dicho esto, ante Yucatán sólo hay una postura que valga: hay que ir al cine con la voluntad de dejarse llevar. Tras unos rítmicos títulos de crédito, Monzón se ajusta el traje de capitán, eleva áncoras y grita megáfono en mano aquello de "hemos venido a jugar". Y bajo ese principio, la película tiene no pocos momentos inspirados, curiosos, chispeantes, incluso descacharrantes. Puede que yuxtapuestos a una velocidad y con un sentido del totum revolutum a prueba de biodramina, pese a su evidente ligereza. Parte de la magia del viaje está también en asumir que todo el humor, a veces de alto copete, por momentos más zafio, termine haciendo escala en el drama familiar, con el personaje de Juan Pera como piedra angular de la narración. Porque, incluso cuando Yucatán abarca mucho, aprieta poco y explota su vena ternurista, visualizo a Monzón en pleno proceso de escritura, enamorándose de su anciano multimillonario hasta el punto de dedicarle media película. Y, otra vez, le entiendo, aunque objetivamente eso sea un error. Es lo que tienen los juegos: pueden ser muy divertidos para quien los propone, pero no tanto para sus jugadores últimos, en este caso los espectadores. Al final uno sale del cine pensando que a Monzón le hubiera favorecido enormemente la hora y media canónica de metraje, mayor capacidad de síntesis y una locura cómica más espontánea y menos cerebral. Una pena, aunque con matices. Leeréis de todo sobre Yucatán: mejor no os creáis ni a los críticos ni a los entusiastas. Daños colaterales de ser un cineasta de culo inquieto y tener una película difícil de describir y de vender, incluso para la todopoderosa Telecinco. Seguiremos cerca del puerto para ver qué rutas toma un Monzón que, aun errando, demuestra que es un gran contador de historias.


Para turistas deprimidos por la llegada de septiembre.
Lo mejor: La bonhomía de Pera y sus escenas más "de cómic".
Lo peor: Que no acabe cuando el personaje de Pera "descubre el pastel".


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