sábado, 21 de julio de 2018

CRÍTICA | SARABAND, de Ingmar Bergman


SARABAND
Suecia, 2003. Dirección y guión: Ingmar Bergman Fotografía: Stefan Eriksson, Jesper Holmström, Per-Olof Lantto, Sofi Stridh, Raymond Wemmenlöv Reparto: Liv Ullmann,  Erland Josephson,  Börje Ahlstedt,  Julia Dufvenius, Gunnel Fred Género: Drama Duración: 107 Tráiler: Link Fecha de estreno en España: 15/11/2005.
¿De qué va?: Tres décadas después de su separación, un matrimonio se reencuentra en la casa que tiempo atrás compartieron en la isla de Dalarna. Uno y otro, ya en su senectud, recordarán su pasado. Continuación de Secretos de un matrimonio que Ingmar Bergman rodó para televisión, aunque en muchos países, incluyendo España, se exhibió en salas.



Saraband es un duro testamento de Bergman despidiéndose del cine y de la vida, un drama familiar alrededor de dos parejas no convencionales en donde se citan algunos temas de sus obras anteriores como la desilusión por la vejez, la falta de fe o la presión de la existencia. Ciertamente, no es una coincidencia que, en 2003, cuatro años antes de su muerte, este trabajo sea un eco a toda su obra. En la primera secuencia, los créditos de apertura, un prólogo con Bach de fondo y Marianne, cara a cara con nosotros junto a un centenar de fotografías esparcidas sobre una mesa, cuenta una historia larga, primero serena, luego áspera y apasionada, hasta la separación final y una lágrima, una historia de amor. Ella sintió la necesidad, treinta años después, de volver a ver a su ex marido Johan, un viejo misántropo que desde hace algún tiempo se ha retirado del mundo en una casa en la orilla de un lago, sin ver a nadie, excepto al ama de llaves y a su hijo Henrik, un culto pero inepto profesor de música que ahora, a sus sesenta años, desarrolla una relación morbosa e inusual con Karin, su hija de veinte años, una joven prodigio violonchelista. Esta visita se concentra sobre todo en esta relación de posesión, al límite del incesto, que vincula a Henrik con Karin, como si fuera sustituta de su querida esposa que murió prematuramente. Karin es probablemente una de las figuras más altruistas de Bergman, uno de los más frágiles y que al conocer a Marianne, la mujer que "estaba casada con el abuelo", encontrará un hombro sobre el cual llorar, será su consejera desinteresada, su parte racional. Ese sentimiento atado a su necesidad de liberarse y convertirse en mujer, músico, persona.


La puesta en escena teatral forma un torbellino devastador de emociones, abandonos y derrotas pasadas, personajes solos, conscientes de su fracaso en cada relación humana, incluida la de sus hijos, y podemos calarlos por fuera gracias a la exploración de conflictos bergmanianos. Pero no todo es remordimiento: también hay espacio para la alegría, para ese momento sublime cuando una madre, aunque sólo sea por un momento, ve una chispa de lucidez en su hija. Saraband no es una película cruel, a pesar su pesimismo. Es una película que hace las paces de manera humanista con este cuarteto y su profundo dolor, incluso cuando las fallas son enormes. En el capítulo final, Johan en un abrazo pasa la noche con su ex mujer, ambos desnudos, hasta la mañana siguiente, a la espera de la muerte o tal vez la vida. La desnudez, una valiente elección del director y los intérpretes, es obviamente simbólico: Marianne y Johan deben ser literalmente despojados. Un último momento de afecto que, no por casualidad, ya no se repetirá. Mi escena favorita se lleva a cabo en una pequeña iglesia vacía, esa conversación entre Marianne y Henrik tras tocar el órgano ante la mirada compasiva de un Cristo sufriente colocado sobre el altar. Quizás el Dios de Bergman dejándonos este tratado agonizante sobre el dolor y la resistencia, que evita el existencialismo y describe con lúcida frialdad la empatía hacia un mundo humano corrupto, burgués y cruel. Una película preciosa, realzada por dos grandes interpretaciones. Cierra dignamente la carrera de este director, un genio único e incomparable con una profundidad abismal y quizá inalcanzable de trasmitir por un autor contemporáneo.

Crítica escrita por Jimmy Arzube


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