domingo, 15 de julio de 2018

CRÍTICA | EL ARCA RUSA, de Aleksandr Sokurov


EL ARCA RUSA (RUSSKIY KOVCHEG)
Rusia, 2002. Dirección: Aleksandr Sokurov Guión:  Boris Khaimsky, Anatoli Nikiforov, Svetlana Proskurina y Aleksandr Sokurov Música: Sergei Yevtushenko Fotografía: Tilman Büttner Reparto: Sergei Dreiden, Mariya Kuznetsova, Leonid Mozgovoy, Edisher Giorgobiani, David Giorgobiani, Aleksandr Chaban, Maksim Sergeyev, Svetlana Gaytan, Dmitri Alexandrov, Nikolai Fyodortsov, Valeriy Filonov Género: Drama Histórico Duración: 96 min. Tráiler: Link Fecha de estreno en España: 13/02/2004.
¿De qué va?: A caballo entre dos siglos, cuenta el viaje de un diplomático por las estancias del Palacio de Invierno de San Petersburgo, una travesía que sirve para reflexionar sobre la posición de Rusia, social y política, con respecto al resto del continente europeo.



¿Es posible filmar toda una película en una sola respiración? La respuesta es sí y la prueba proviene del ruso más interesante de su generación: Aleksandr Sokurov. Un director desafiante para un ejercicio de dirección sorprendente, un viaje al arte, un reportaje de la historia. Todo sin cortes, en una secuencia única que dura tanto como la película. El objetivo fue que la cámara digital en un plano completo subjetivo fuese el ojo de un visitante desconocido que se encuentra involuntariamente vagando como en un sueño en el palacio de Hermitage en San Petersburgo, conduciéndolo entre grandes salones que una vez fueron residencia de los zares y ahora son parte de un museo. Y de habitación en habitación, a través de saltos en el tiempo y disquisiciones improvisadas, es guiado por un malhumorado marqués extranjero que se abre paso, le muestra las imágenes y platica con figuras históricas, fantasmas de un pasado perdido y resucitado. El tiempo y el espacio se confunden a través de diferentes épocas, abarcando tres siglos de historia rusa, desde el siglo XVIII, XIX y más allá; evoca episodios como la recepción del embajador de Persia en la corte del zar y el asedio de Stalingrado con sus millones de muertes; encontramos a Pedro el Grande con látigo en mano persiguiendo un general, Catalina II huyendo de muerte con su sirviente, hasta el gran baile imperial de 1913, antes de la revolución, donde cientos de militares, nobles, bellas damas, músicos, funcionarios y hombres de estado que se empujan y bailan antes de descender por una escalera enorme, engullidos por las entrañas de una historia que los conducirá a otra.


El balanceo de la cámara nos lleva en un flujo aparentemente interminable de imágenes, situaciones, episodios grotescos, discursos filosóficos. Las obras de arte, personajes reales e inventados que se encuentran en un solo aliento, como si no hubiera ni un presente ni un pasado. Un Sokurov invisible deforma anacrónicamente la técnica y su narración corresponde a cada marco perfumados con aceite y cada puerta que se abre, en un oxímoron virtuoso y funcional. Claro, no faltan las críticas a la excesiva nostalgia y al antihistoricismo, pero la grandeza de la puesta en escena es indiscutible. Todo esto solo sería un registro aburrido de Guinness. Pero no, es una película magnífica, llena de encanto, historia, elegancia, cultura, belleza, tristeza: el soñador viaje de El arca rusa de Alexander Sokurov es un tributo al arte, la arquitectura y al sentido de la identidad. Impresionante trabajo de coordinación de los muchos extras, pero la imagen más bella es la final cuando el protagonista mira hacia afuera, más allá del edificio. Un camino onírico que amplía enormemente los horizontes de nuestro conocimiento.

Crítica escrita por Jimmy Arzube


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