lunes, 9 de julio de 2018

CRÍTICA | DÍAS PERROS (HUNDSTAGE), de Ulrich Seidl


DÍAS PERROS (HUNDSTAGE)
Austria, 2001. Dirección: Ulrich Seidl Guión: Ulrich Seidl y Veronika Franz Música: Marcus Davy Fotografía: Wolfgang Thaler Reparto: Maria Hofstätter,  Erich Finsches,  Alfred Mrvas,  Gerti Lehner,  René Wanko, Franziska Weiß,  Claudia Martini,  Victor Rathbone,  Georg Friedrich, Christian Bakonyi,  Christine Jirku Género: Drama Duración: 121 min. Tráiler: Link.
¿De qué va?: En un barrio residencial a las afueras de Viena, los caminos de distintos personajes coinciden en una de las calígulas más calurosas que se recuerden. Seres extraños, sadomasoquistas, morbosos, habladores, obsesivos y cargados de secretos.




Ulrich Seidl es ante todo un creador de documentales. Sui generis, pero documentales al fin y al cabo. En ese género pueden encuadrarse películas como Safari y En el sótano, de estreno reciente, o los primeros títulos de Seidl, inéditos en nuestro país. Seguramente fruto de esa vocación, cada vez que el austríaco se sitúa en los terrenos de la ficción no puede evitar sacar a relucir su vena de investigador, la mirada de un sociólogo pesimista que, apelando a su biografía, esconde ese joven estudiante de Periodismo que un día soñó con ser sacerdote. La gran obra, y probablemente la que defina para siempre su carrera, es la trilogía Paraíso, cuyas partes se visionaron nada más y nada menos que en las secciones oficiales de Cannes, Venecia y Berlín. Días perros, por el contrario, ocupa una posición especial, ya que es la película con la que Seidl se dio a conocer en el panorama internacional. Descubierta ahora o rescatada en pleno 2018, hay que reconocer que Días perros no ha perdido capacidad de provocación y actualidad temática, por mucho que otros cineastas hayan paseado en el cine reciente las miserias, no sólo de Austria, sino de todo el continente. Mi duda con Días perros es si toda la rabia, la angustia y la violencia que contienen sus fotogramas retrata fidedignamente la Europa del siglo XXI, ya sea en sentido literal o alegórico. Se agradece que Seidl ponga contra las cuerdas a su público y no tema al rechazo, pero nuestro sentido común y artístico nos hace creer que las perversiones de la cinta son excesivas. Al menos, para dos horas de metraje. Porque hay que tener autocrítica ciudadana, pero sin llegar a pegarnos látigos en la espalda. En resumen, y sin restar importancia a Seidl, Días perros, aunque dista de carecer de fondo, sí palidece si la comparamos, por ejemplo, con la producción cinematográfica de Michael Haneke. Tal vez ahí reside la diferencia entre ser un predicador de tres al cuarto o un filósofo. Sea como sea, de las (no) ficciones de uno y de otro nos queda una idea clara: Austria no es el mejor país para pasar unos días de vacaciones veraniegas. Días perros, por mucho que sea una película interesante, tampoco es la mejor recomendación cinéfila para pasar un estío agradable. Quedáis avisados.


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