lunes, 28 de mayo de 2018

CRÍTICA | TODOS LO SABEN (EVERYBODY KNOWS), de Asghar Farhadi


Reloj, no marques las horas...
TODOS LO SABEN (EVERYBODY KNOWS)
Festival de Cannes: Película inaugural a concurso
España, 2018. Dirección y guión: Asghar Farhadi Fotografía: José Luis Alcaine Música: Nella Rojas y Javier Limón Reparto: Penélope Cruz, Javier Bardem, Ricardo Darín, Eduard Fernández, Inma Cuesta, Bárbara Lennie, Elvira Mínguez, Ramón Barea, Carla Campra, José Ángel Egido, Saadet Aksoy, Sergio Castellanos, Sara Sálamo, Roger Casamajor, Nella Rojas, Jaime Lorente Género: Drama. Thriller psicológico Tráiler: Link Duración: 130 min. Fecha de estreno en España: 14/09/2018
¿De qué va?: Laura y sus dos hijos viajan desde Buenos Aires hasta su pueblo natal para asistir a una celebración. Un suceso inesperado trastocará a la mujer y pondrá en jaque a todos sus familiares.




Todos lo saben arranca en las tripas de un campanario. Mientras leemos los títulos de crédito, el engranaje viejo del reloj de una iglesia se pone en marcha. Con el repique de las campanas, una paloma empieza a agitarse e intenta escapar por la pequeña brecha de la esfera. Luego, la imagen cambia y vemos unas manos con guantes de látex recortando las noticias de unos periódicos. La historia comienza segundos después, pero Farhadi para ese entonces ya ha dejado su simiente. La promesa de una tragedia que, efectivamente, no tarda en llegar. Un estilo, en esencia, que sólo le pertenece a él y que en esta ocasión se traslada hasta la España rural, sin que por el camino acuse las diferencias culturales e idiomáticas. Es más: se diría que el iraní evoca al mismísimo Lorca, al fatum clásico, al tiempo en todo su simbolismo. Más español, imposible. También universal.


Lo que sigue a ese prólogo es, probablemente, lo mejor que ha rodado Farhadi en toda su carrera. La llegada de Laura (Penélope Cruz) a su pueblo para asistir a la boda de su hermana pequeña sirve de contexto para mostrar las interioridades de toda una familia. El ojo del director filma miradas que poco a poco irán cobrando sentido, los reencuentros de todos los miembros y las estancias de una casa llena de recovecos. Farhadi rueda con curiosidad y nervio, e incluso en esas estampas de aparente felicidad se intuye un malestar extraño. Cuando Laura coincide con Paco (Javier Bardem), su antiguo amor, la paloma del prólogo sale definitivamente de su cárcel. El mensaje es claro: el caos reina y ya no hay vuelta atrás. La luz anaranjada da paso a la penumbra, el sol se convierte en lluvia y el enlace termina en una partida de Cluedo en la que todos sus participantes tienen mucho que perder. Los mecanismos del reloj siguen funcionando. 


Por desgracia, con la irrupción del drama Farhadi pierde parte del control de su historia. Las saetas avanzan, aunque desbocadas. La trama se ralentiza en un sinfin de conversaciones cruzadas, revelaciones más o menos sorprendentes y la aparición de personajes poco interesantes (el policía retirado que encarna José Ángel Egido, el padre beato que defiende Ricardo Darín). Hay, efectivamente, pequeñas muestras de lucidez, pero el relato no puede evitar caer en cierta estructura, ya no de culebrón, sino de teleserie, con macguffins que no llegan a ningún lado, suposiciones que luego no se llevan hasta sus últimas consecuencias y minudencias que, a la postre, resultarán cruciales, a riesgo de que el espectador, para ese entonces, las haya olvidado por completo. Se diría que Farhadi, pese a su innegable vena humana y humanista, constriñe tanto a sus personajes en la matemática del guión que deja la película sin oxígeno. Una pena.


Farhadi subraya la duda que se cierne sobre todos y aquello que antes había evocado por la vía de la metáfora se vuelve evidente, literal, un poco fácil. Lo que no quita que el director,  por el camino, permita a sus actores desplegar todo su potencial interpretativo, empezando por la angustia de Cruz y la introversión de Bardem, siguiendo con las aportaciones más secundarias (excelentes Fernández, Lennie, Barea y Mínguez) y acabando con las apariciones más testimoniales (cómo olvidar las caras de esos ancianos que miran el convite con frialdad, puede que con indiferencia o con rabia). Todos lo saben, en esencia, convence por la veracidad de su reparto. La impecable dirección de arte también merece mención: en ningún momento se le ven las costuras a una historia que parece enraizada en la España profunda, con subtextos que evocan un país de señores y campesinos, con la rémora del franquismo a cuestas.


El relato termina con el personaje de Mariana (Elvira Mínguez) sentada en la plaza del pueblo. El mal trago ha pasado pero nada volverá a ser como antes. O tal vez no. La mujer pide a su marido (Eduard Fernández) que se acerque para hablar con ella. Un operario limpia la calle con una manguera y el agua, enésima metáfora, se extiende como una cortina que poco a poco va difuminando sus siluetas. El telón se baja y aparecen los créditos finales. Muy al fondo, el reloj sigue marcando las horas. Y la sensación que resta es que Farhadi, sin llegar a alcanzar las cuotas de Nader y Simin, una separación, incluso sin acercarse a la potencia de las mejores escenas de un título en el fondo tan irregular como El viajante, ha facturado una buena película. El tiempo, eso tan caprichoso que la película toma como símbolo y que luego pervierte en su segundo tramo, dirá qué lugar merece ocupar Todos lo saben en el cine español. Porque, con sus aciertos y sus flaquezas, Todos lo saben nace destinada a ser un hito en nuestra cinematografía. Quedémonos con lo mejor: no todos los años podemos presumir de tener nuestros mejores artistas y técnicos bajo la batuta de uno de los cineastas más importantes del momento.


Para amantes de los "missing thrillers".
Lo mejor: El recital de todos sus actores.
Lo peor: Las expectativas eran muy altas. Demasiado altas.

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