jueves, 25 de enero de 2018

CRÍTICA | LA FORMA DEL AGUA, de Guillermo del Toro



Elisa y el anfibio
LA FORMA DEL AGUA
Venecia: León de oro. 13 nominaciones al Óscar y 2 Globos de oro
EE. UU., 2017. Dirección: Guillermo del Toro Guión: Guillermo del Toro y Vanessa Taylor Fotografía: Dan Lausten Música: Alexandre Desplat Reparto: Sally Hawkins, Doug Jones, Michael Shannon, Octavia Spencer, Richard Jenkins, Michael Stuhlbarg, Lauren Lee Smith, David Hewlett, Nick Searcy, Morgan Kelly, Dru Viergever, Maxine Grossman, Amanda Smith, Cyndy Day, Dave Reachill Género: Fantasía. Drama romántico Duración: 120 min. Tráiler: Link Fecha de estreno en España: 16/02/2018
¿De qué va?: Años 60. Una mujer muda trabaja limpiando las instalaciones de un laboratorio. La llegada de un anfibio con formas humanas causará una extraña fascinación en la mujer, hasta tal punto que pondrá en riesgo su vida y su trabajo para salvar al animal del maltrato que le infringen sus carceleros.



En una de las escenas más bellamente coreografiadas de la nueva película de Guillermo del Toro, el agua se filtra por el techo de un cine casi vacío para sorpresa de un espectador que se encuentra medio dormido en el patio de butacas. En esa imagen se esconde, simbólicamente, toda la esencia de La forma del agua, porque muestra la fina línea que separa la realidad de la ficción, cómo esos dos planos conviven y se difuminan en un mismo todo. El carácter infantil, incluso naïf, de quien no entiende su existencia sin el soporte revitalizante de las imágenes en movimiento describe a Elisa, la protagonista de la cinta, y con ella al propio Del Toro, que exorcita sus monstruos internos mediante las criaturas de sus películas. La forma del agua es un cuento gozoso, de una planificación exquisita, que reivindica el derecho a soñar, a compartir lo que se siente, a decir lo que se cree y a luchar aunque sea en el contexto más adverso que se imagine (en el caso del film, la Guerra Fría). La película avanza entre claroscuros, con una trama llena de ritmo, sensibilidad a raudales y una extraña capacidad por resultar tan dura como naïf, tan tierna como tétrica, tan accesible como, en el fondo, cargada de capas y lecturas. Es difícil detectar goteras en el que sin duda es el mejor trabajo de su artífice desde El laberinto del fauno, y aún así su calidez romántica es ligeramente esquemática. Un tanto obvia, incluso. Bonita, pero no apasionante. Puede que a Del Toro le pase factura su lado más tierno o la suma excesiva de subtramas. Nada grave, en todo caso. Resta, en definitiva, una estimulante fábula que demuestra la capacidad del séptimo arte para embellecer la existencia nada plena de su protagonista. Eso es lo que valorará Hollywood de ella, y de ese concepto surgen los momentos más brillantes de una película tan mágica como irregular.  


Para amantes de los cuentos para todos los públicos.
Lo mejor: La delicadeza de sus rubros técnicos. Michael Shannon, colosal como siempre.
Lo peor: Faltan escenas "con monstruo" y sobran intervenciones de personajes secundarios. 


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