viernes, 26 de mayo de 2017

CRÍTICA | NAGASAKI: RECUERDOS DE MI HIJO, de Yôji Yamada


Fantasmas familiares
NAGASAKI: RECUERDOS DE MI HIJO
11 nominaciones a los premios de la Academia de cine japonés. Representante japonesa a los Óscar 2016
Japón, 2015. Dirección: Yôji Yamada Guión: Yôji Yamada y Emiko Hiramatsu Fotografía: Masashi Chikamori Música: Ryuichi Sakamoto Reparto: Sayuri Yoshinaga, Kazunari Ninomiya, Haru Kuroki, Tadanobu Asano, Isao Hashizume, Yuriko Hiro'oka, Miyu Honda, Ken'ichi Katô, Nenji Kobayashi, Christopher McCombs, Wade Reed, Kazunaga Tsuji Género: Drama familiar Duración: 125 min. Tráiler: Link Fecha de estreno en España: 26/05/2017
¿De qué va?: Nagasaki, 1945. Tres años después de la bomba atómica que asoló a la población, el fantasma de Koji, muerto en la masacre, visita a su madre Nobuko, que vive sola en la casa familiar.



Yôji Yamada, nombre histórico del cine japonés, hace doblete esta primavera en las salas españolas con Maravillosa familia de Tokio y Nagasaki: recuerdos de mi hijo. Lejos de su Trilogía Samurai y mucho más vinculado a sus películas familiares recientes como Una familia de Tokio y La casa del tejado rojo, Nagasaki se impone como su obra más minimalista, la voz de un maestro que, avanzándose a su ocaso, quiere reflexionar sobre las relaciones humanas y los vínculos que perduran después de la muerte. Nagasaki cuenta la historia de Nobuko, una anciana comadrona que perdió a su hijo Koji en la explosión nuclear de 1942. Apenas sale de casa, y su rutina queda alterada por las esporádicas visitas de sus vecinos, un vendedor de productos de contrabando y la antigua novia de Koji, que trabaja como maestra en un colegio cercano. El Japón posterior a la masacre queda sintetizado en las cuatro paredes de Nobuko, a la vez que Yamada inserta flashbacks y largos diálogos que nos acercan el pasado de sus personajes. Todo cambia cuando la protagonista contacta con el fantasma de Koji, un inserto fantástico que sirve para reflexionar sobre el paso del tiempo, la necesidad de pasar página y la vida que precede a la muerte, en su versión tanto física como mística. Lástima que, pasada la hora de metraje, la película eterniza su tono luctuoso y rellena su desenlace con anécdotas e insertos poco sugerentes. En el país del haiku, la síntesis cinematográfica brilla por su ausencia. También le penaliza su incapacidad por apelar a los sentimientos de la platea, seguramente por las diferencias culturales y temporales que nos separan del Japón de mediados de los 40. Nagasaki, en resumen, no figurará entre las mejores obras de Yamada, por mucho que sea su film más triste, una obra con entidad de testimonio vital y testamento artístico. 


Para reverenciadores de los maestros del cine japonés.
Lo mejor: La credibilidad de sus dos actores protagonistas.
Lo peor: La sombra de Ozu es alargada... y para Yamada, inalcanzable.


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