miércoles, 22 de marzo de 2017

CRÍTICA | GRAND CANYON (EL ALMA DE LA CIUDAD), de Lawrence Kasdan


Una ciudad de locos
GRAND CANYON (EL ALMA DE LA CIUDAD), de Lawrence Kasdan
Oso de oro del Festival de Berlín 1992. Nominación al Óscar y Globo de oro al mejor guión original
EE. UU., 1991. Dirección: Lawrence Kasdan Guión: Lawrence Kasdan y Meg Kasdan Fotografía: Owen Roizman Música: James Newton Howard Reparto: Danny Glover, Kevin Kline, Steve Martin, Mary McDonnell, Mary-Louise Parker, Alfre Woodard, Jeremy Sisto, Tina Lifford, Patrick Malone, Randle Mell, Sarah Trigger, Marley Shelton Género: Drama Duración: 130 min. Tráiler: Link Fecha de estreno en España: 20/03/1992
¿De qué va?: Diferentes personajes intentan hacer frente al ambiente de tensión y violencia que se respira en Los Ángeles. Tras asistir a un partido de baloncesto, un abogado y un director de cine son víctimas de dos sucesos distintos que les marcarán profundamente.


El cine estadounidense no suele hablar de los problemas del día a día. La tendencia norteamericana a llenar las tramas de guiños cómicos, efectos especiales y superhéroes varios ha convertido su cine en un aparatoso divertimento. Por ello, cualquier director yanki que intenta hacer una película de personajes y temáticas más cercanas corre el riesgo de que la crítica lo describa como "europeizado". Los esquemas se rompen cuando un director como Lawrence Kasdan, tan arraigado al espectáculo estadounidense (los guiones de La guerra de las galaxias e Indiana Jones llevan su firma), ofrece una película sin florituras, conjugada en presente y decidida a hacer reflexionar a una audiencia poco dada a las trascendencias. Eso es precisamente lo que ofrece Grand Canyon (El alma de la ciudad), una agradable rareza que, si bien guarda ciertas conexiones con el indie de su país y con el boom que vivieron las historias cruzadas a principios de los 90, cuenta con una personalidad única.


Grand Canyon (El alma de la ciudad) es un gran fresco sobre la violencia. Kasdan se sirve de personajes rutinarios que se encuentran y separan por azar. La ciudad que abarca a todas esas criaturas queda descrita como una urbe sin ley, estratificada, con zonas muy peligrosas y una ciudadanía que no se cuestiona la brutalidad de su entorno, bien por falta de compromiso social o por pura desidia. Con estas señas, Kasdan, que ante todo habla como miembro de esa megalópolis, ofrece una película que se intuye muy personal, fruto de un largo proceso de creación y de meditación interna. A esa apreciación se suma el hecho de que uno de los personajes clave, claro alter ego de Kasdan, sea un director de cine que, tras ser atracado por un desconocido, se plantea la legitimidad del cine sangriento que produce para los grandes estudios. También podría defender esa tesis la atención que el cineasta dedica a los personajes adultos, y por lo tanto de su generación, en detrimento de otros más jóvenes que, sin quedar desvinculados del conflicto central, restan como satélites del grueso dramático del conjunto (ahí están los dos hijos adolescentes o la amante que interpreta Mary-Louise Parker). 


En definitiva, Grand Canyon (El alma de la ciudad) es un retrato de su tiempo, a imagen y semejanza de lo que supuso Reencuentro (The Big Chill) con respecto a los jóvenes de los 80. Su inteligente dirección de montaje permite que la historia, en lugar de ceder a los malabarismos de los relatos cruzados, avance de forma pausada pero sabia, conectando sentimientos y sensaciones antes que verdaderas acciones. Puede cuestionarse su discurso conservador, pero en el fondo la película, aunque se sustente en la palabra, aborda temas por omisión de los mismos: la elisión de la trama criminal o la resolución de la relación extramatrimonial del protagonista son licencias válidas que alejan la película del vodevil televisivo. Un ejemplo de ello se encuentra en el plano final del film, con la silueta del Gran Cañón del Colorado como espacio de reunión y catarsis, la metáfora perfecta que (en)cierra todo el metraje. Una película honda que merece ser considerada una de las aportaciones fílmicas más valiosas de la última década del siglo pasado.

Para reflexionar sobre la brutalidad del día a día.
Lo mejor: Los fragmentos oníricos, rodados con mucha sensibilidad. La humanidad de todos sus personajes, sin excepción.
Lo peor: Su guión verbaliza y subraya en demasiadas ocasiones su(s) mensaje(s), si bien nunca resulta un film panfletario o sermoneador.


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