miércoles, 18 de enero de 2017

CRÍTICA | SILENCIO, de Martin Scorsese


Los avatares de la fe
SILENCIO (SILENCE), de Martin Scorsese
Presente en el Top 10 del año de la National Board of Review y el American Film Institute
EE. UU., 2016. Dirección: Martin Scorsese Guión: Jay Cocks y Martin Scorsese, a partir del libro homónimo de Shusaku Endo Fotografía: Rodrigo Prieto Música: Kim Allen Kluge y Kathryn Kluge Reparto: Andrew Garfield, Adam Driver, Liam Neeson, Ciarán Hinds, Issei Ogata, Tadanobu Asano, Shin'ya Tsukamoto, Ryô Kase, Hiroyuki Tanaka, Nana Komatsu, Yôsuke Kubozuka, Yoshi Oida, Ten Miyazawa Género: Drama histórico. Religión Duración: 160 min. Tráiler: Link Fecha de estreno en España: 06/01/2017
¿De qué va?: Con un año de retraso, dos jesuitas portugueses descubren una misiva escrita desde Japón por uno de sus mentores. Ambos, empujados por la fe, emprenden un viaje a Oriente que alterará para siempre su vida y sus creencias.



Cuenta Scorsese que ha estado casi tres décadas rumiando Silencio. Tanto tiempo que el resultado final obedece única y exclusivamente a los deseos de su artífice. Silencio, como toda película que está declinada en primera persona (por mucho que recurra a narradores externos), no genera ni quiere generar consenso. No busca el impacto emocional inmediato, sino apelar a nuestras ideas. Todo, por suerte, sin caer en sermoneos, respetando las creencias de unos y el ateísmo de otros. Allá donde el cine contemporáneo responde con "acción", Scorsese se despoja de los ruidos terrenales de Hollywood. El título de Silencio, vaya, no podía ser más recurrente. Se trata de no decir nada (la película tampoco cuenta con banda sonora) para abarcarlo todo: la razón, la fe y la integridad de un fraile jesuita que, al pisar tierras japonesas en busca de su mentor, será sometido (por obra y gracia del señor Scorsese, o directamente del Señor) a una tortura que pondrá a prueba todas sus bases. El metraje reta al espectador: su ritmo es pausado y se sitúa premeditadamente en las antípodas de la épica de época. El abismo del protagonista, para más inri, está fotografiado con exquisitez e interpretado por un portentoso Andrew Garfield. Y en el fondo, Silencio sabe a título crepuscular, a expiación privada. ¡Qué difícil es dirigir con aplomo una película sobre la duda! Scorsese lo consigue. La temporada de premios la ha "silenciado", pero poco importa. Como nos dice el genio en el último plano del film, la esencia resta inmutable a pesar de los pesares. De igual modo, el hondo mensaje de la película sigue vigente tras su visionado. Al final, el único problema de Silencio a ojos de crítica y de público es que es una película de Scorsese (y no de Malick, por ejemplo), un director que siempre recibe varapalos cuando se aleja del thriller criminal que le hizo célebre. A lo mejor habrá que esperar tres décadas más para que la comunidad cinéfila defienda Silencio como la obra maestra que es.


Para místicos abiertos de miras.
Lo mejor: Scorsese huye de sí mismo y se reencuentra.
Lo peor: Algunos lirismos de más.

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