miércoles, 20 de mayo de 2015

CRÍTICA | SUE, PERDIDA EN MANHATTAN, de Amos Kollek


La errante Sue
SUE, PERDIDA EN MANHATTAN, de Amos Kollek
Festival de Deauville 1998: Sección oficial
EE. UU., 1997. Dirección y guión: Amos Kollek Fotografía: Ed Talavera Música: Chico Freeman Reparto: Anna Thomson (Anna Levine), Matthew Powers, Tahnee Welch, Tracee Ellis Ross, Austin Pendleton, John Ventimiglia, Edoardo Ballerini, Matthew Faber Género: Drama Duración: 85 min. Tráiler: Link Fecha de estreno en España: 16/07/1999
¿De qué va?: Cuando era joven, tras licenciarse en Psicología, Sue abandonó su casa para trasladarse a Nueva York. Ahora, Sue se encuentra sin trabajo y totalmente desamparada. Su único pasatiempo es pasear por la ciudad, viajar en metro, asistir a distintas entrevistas de empleo, mantener conversaciones intrascendentes y relaciones sexuales con extraños, beber café, comer fideos chinos y fumar cigarrillos en los parques.


El cineasta israelí Amos Kollek inició su trilogía neoyorquina con Sue, perdida en Manhattan, film que compitió en el Festival de Deauville. Aunque fue el primer film de Kollek que se estrenó en el mercado francés, hasta el punto de merecer un puesto en la sección oficial de Cannes años después con Comida rápida, mujeres activas (EE. UU., 2000), su paso por los cines españoles fue tan fugaz que apenas existen recortes de prensa de la época informando de su lanzamiento. Sin copia en VHS o DVD a la que podamos apelar, y sin posibilidad de acceder a las partes siguientes de esa trilogía, las inéditas Fiona (EE. UU., 1998) y Bridget (Francia, 2002), Sue, perdida en Manhattan ha vencido al paso del tiempo como rareza cien por cien reivindicable sobre la soledad y la debacle emocional que sufre una mujer de físico atractivo e interioridades más que difusas en plena Gran Manzana.


Anna Thompson, una actriz poco conocida que tuvo un rol secundario en la oscarizada Sin perdón, interpreta a una mujer en los albores de sus cuarenta años que, al perder su trabajo, es incapaz de hacer frente al pago de su apartamento en Nueva York. La cámara de Kollek sigue a Sue en su particular travesía urbana, convertida en las últimas escenas en una estremecedora bajada a los infiernos. Aunque Kollek por momentos parece ceder a un realismo descarnado, más propio de cierto cine francés de la segunda mitad de los 90 que del cine indie estadounidense, la película consigue equilibrar las luces y las sombras tanto de sus paisajes como de sus personajes: de ahí que la cinta tenga el poso del Allen más 'bergmaniano', y al mismo tiempo la crítica social encubierta de títulos a priori alejados en resultados e intenciones como La vida soñada de los ángeles (Francia, 1998).


El espectador acompaña a la protagonista en su errante devenir, y, pese a sentir la pérdida de referentes que sufre el personaje, el film está contado con la suficiente objetividad como para que veamos a Sue 'desde fuera', cual espectro cargado de matices y contradicciones, tocado por un misterio de diva caída en desgracia. De esta forma, la espiral de desdicha que asola a Sue se intuye inevitable, aunque en un sentido estricto la película ofrezca a la protagonista diferentes asideros para revertir su suerte: su novio Ben, un reportero itinerante que ama a Sue con una intensidad que ella no corresponde; su amiga Lola, que la introduce en un mundo de prostitución y onanismo que potencia sus tendencias ninfómanas; y una joven estudiante que está dispuesta a darle a Sue los 1.200 dólares que debe a su casero. Pese a estos detalles, Kollek nunca pierde su mirada incisiva, cual narrador naturalista empeñado en demostrar que los desórdenes vitales no sólo no tienen solución sino que se heredan: ahí está la referencia a la madre con Alzheimer y a un conflicto familiar que Sue nunca verbaliza.


En resumen, Sue, perdida en Manhattan es una película extraña, tan fascinante como incómoda. Kollek hace gala de un estilo frío a la par que humano, hasta el punto de poner sobre la mesa una cuestión que la crisis económica del S. XXI ha actualizado y endurecido: todos, incluso aquellos que presumen de una vida afianzada y feliz, están expuestos a convertirse en víctimas del sistema. Por ello, Sue, perdida en Manhattan hay que interpretarla como una crítica a ese capitalismo feroz que ha dado la espalda a los sectores más débiles de la población, hasta el punto de convertirlos en marginados que sobreviven en los lugares más incógnitos de urbes tan idealizadas por el cine como Nueva York. En el último plano dejamos a Sue sin aliento, tal vez sin vida, en un banco de la ciudad: un final que podría haber filmado el De Sica neorrealista o el Truffaut más contestatario. Ahí resta Sue, tiritando de frío pero sin perder un ápice de su belleza, a la espera de que la cinefilia más atenta la rescate del ostracismo.

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Para visitar los rincones menos amables de Nueva York.
Lo mejor: La fragilidad de Anna Thompson.
Lo peor: Su tristeza espantará a muchos espectadores.

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