jueves, 13 de noviembre de 2014

CRÍTICA | MANDARIINID (TANGERINES), de Zaza Urushadze


La guerra, en casa
MANDARIINID (TANGERINES), de Zaza Urushadze
Estonia, Georgia, 2013. Dirección y guion: Zaza Urushadze Fotografía: Rein Kotov Música: Niaz Diasamidze Reparto: Lembit Ulfsak, Giorgi Nakhasihdze, Mikhail Meskhi, Elmo Nüganen, Raivo Tass Género: Drama Duración: 90 min. Tráiler: Link
¿De qué va?: 1990. La provincia georgiana de Abkhazia está en guerra. En mitad de la contienda, Ivo y Margus, dos hombres de campo de nacionalidad estonia, prosiguen con su rutina a pesar de todo. Desde su taller, Ivo construye cajas de madera. Margus, con las cajas de su amigo, recoge los frutos de sus terrenos. A pocos días para que los hombres terminen la última cosecha de mandarinas antes de partir para Estonia, dos soldados malheridos aparecen a pocos metros de la casa de Ivo. A partir de entonces, todo se complica.
Palmarés: Premios en los festivales de Varsovia, Tallinn, Seattle, Jerusalem y Heidelberg. Representante de Estonia en los Óscar 2015.


La mayoría de producciones centroeuropeas se enfrentan a notables problemas de presupuesto a la hora de recrear escenas de guerra que resulten fieles a los hechos reales que retratan. Todo ello, más allá de limitar el radio de acción de muchos cineastas, abre nuevos frentes creativos. Mandariinid es un buen ejemplo de las transformaciones que puede sufrir el género, ya sea por imperativos externos a los responsables de la película (los ecomómicos) o bien por las convicciones (ideológicas, cinematográficas, etc.) de su equipo, y de cómo puede trasladarse a la gran pantalla la virulencia de una guerra con poquísimos pero muy potentes referentes de la contienda, llevando la lucha armada al terreno de la metáfora, al relato íntimo, a espacios más simbólicos y a contextos más amplios y atemporales.


Mandariinid es desde sus primeros fotogramas un ejercicio de síntesis realmente admirable. Dos hombres mayores resisten en una tierra disputada por dos bandos enfrentados: el georgiano y el estonio. La lucha de los protagonistas es más austera, ya que su única motivación es recoger las mandarinas de sus campos. Pero la guerra traspasa los invisibles límites de esos árboles frutales, y poco a poco la violencia que los mayores intentan obviar de la mejor manera que pueden se explicita en la inesperada irrupción de dos soldados, ambos heridos y de ejércitos enemigos. A partir de ese momento, las diferencias pero sobre todo los puntos en común que guardan los cuatro personajes se convierten en los ejes que vertebran la película. Gracias a la serenidad de los diálogos llegamos a vislumbrar el drama y la incertidumbre de los hombres. También somos partícipes de las complejidades de cada personaje, de sus motivaciones, de sus flaquezas, de sus miserias. Nunca queda explicitado el drama de los protagonistas, pero éste es palpable a medida que los hombres van afianzando sus lazos de complicidad. Y sobre todo, el film nunca olvida su realidad histórica, de forma que, aun pudiendo sentir en cada instante la tensión de una guerra vecina, las irrupciones de ésta (por ejemplo, en la escena de la improvisada barbacoa, truncada por el bombardeo de la casa de Margus) sacuden al espectador con la virulencia de un misil que estalla a pocos centímetros de nuestro rostro, como un recordatorio de la crudeza de los acontecimientos que tienen lugar más allá de los mandarineros que cobijan a los personajes.


En resumen, una película rica en matices que en su tramo final condensa una preciosa historia de autoexploración y reconciliación. Mandariinid no omite la guerra: la plasma en otros niveles. Y el registro por el que aboga el film está en el compromiso, pero también en un halo de melancolía lírica que eleva la película a la categoría de grandiosa tragedia clásica. O, siguiendo la poderosa imagen de la mandarina, podríamos decir que el film es un fruto en apariencia dulce, con regusto ácido en su interior y con piel áspera a la par que delicada. Vale la pena saborearla: estamos sin duda ante una de las películas del año. 

Para estudiar el lado humano de toda contienda.
Lo mejor: Su aparente sencillez.
Lo peor: Puede ponerse en duda el planteamiento del tiroteo que precipita el final de la historia.

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