Los riesgos de querer ir más allá
INTERSTELLAR, de Christopher Nolan
EE. UU., 2014. Dirección: Christopher Nolan Guion: Christopher Nolan y Jonathan Nolan, a partir de una historia de Kin Thorne Fotografía: Hoyte van Hoytema Música: Hans Zimmer Reparto: Matthew McConaughey, Anne Hathaway, Jessica Chastain, Michael Caine, Casey Affleck, John Lithgow, Matt Damon, Topher Grace, Ellen Burstyn Duración: 170 min. Género: Ciencia ficción. Acción Tráiler: Link Estreno en España: 07/11/2014
¿De qué va?: Cooper es un granjero que contempla impotente como poco a poco el mundo que conoce está desapareciendo. Con la ayuda de su hija, entra en contacto con Amelia, una científica que junto a un grupo de investigación tiene preparado un plan para salvar la civilización, un viaje espacial y temporal que podría suponer la supervivencia de la especie humana. Cooper decide participar en la búsqueda de un hábitat favorable para los humanos, pero teme que esa decisión le impida volver a reencontrarse con su familia.
En uno de los pocos textos escépticos que he podido leer sobre Magical Girl, el crítico Àngel Quintana afirmaba que 'Vermut otorga demasiada importancia al valor de la película como artefacto', y que 'su mecanismo es tan pesado que acaba encerrando el relato en su propio mundo, sin que penetre el aire'. Según ese argumento, al analista no le resulta satisfactoria la obra magna de Carlos Vermut porque los engranajes de la ficción están, según su opinión, muy alejados de lo real, de lo vital, o como mínimo de lo identificable por parte del espectador. Obviamente no coincido con Quintana, pero sus argumentos me suscitan las siguientes cuestiones: ¿Una película, por concepto, no es en sí misma un artefacto? ¿No existe, pese a que la obra quiera reproducir un contexto o un hecho cercano al espectador, una clara diferencia con la realidad? ¿El cine no es 'per se' una reproducción de lo posible, no de lo real? ¿El pacto ficcional que entabla el artista con su audiencia no considera como puntal esencial que todas las imágenes que escupe el proyector no son más que eso: imágenes? Y por lo tanto: ¿las palabras de Quintana no demuestran su incapacidad para valorar Magical Girl como lo que es: una recreación, un simulacro, una mentira muy bien hilada?
Que nadie se asuste: este post no quiere ser una larga perorata sobre el cine como arte ni una nueva reseña de Magical Girl. Enlazo esa anécdota porque tras visionar Interstellar me acordé del texto de Quintana, y sobre todo porque, tras darle muchas vueltas, sus palabras me sirven tanto para explicar mi adhesión a la obra de Vermut como las grandes dudas que me suscita la nueva creación de Nolan. Al fin y al cabo, las dos películas distan de ser convencionales. Y, efectivamente, el mecanismo que gobierna Interstellar resulta muy pesado, está demasiado encerrado en su propio mundo y nada en ella permite que entre el aire. Pero no caeremos en el discurso fácil: sería muy manipulador servirse de las ideas de otros para defender algo propio, más si cabe cuando antes he puesto en duda esa idea. Así que reformulo las líneas de Quintana como bibliografía involuntaria de esta crítica. No porque Interstellar sea, como es, un artefacto, sino porque precisamente ese artefacto es, además, artificioso. 'Artificioso' entendido, en términos del DRAE, como 'poco espontáneo, sin naturalidad'. Me explico...
Interstellar se sirve del bagaje del cine de aventuras espaciales. Sus inspiraciones son infinitas, y seguro que muchas reseñas expondrán sus referentes de forma explícita: no incidiré en ese aspecto. Como parte de ese género (o subgénero), Nolan sabe que tiene un amplio margen de acción: puede transgredir los principios de lo plausible, pero el espectador sí lo asumirá como tal porque forma parte de los códigos del género (de nuevo, defiendo la idea de valorar un film como ficción, no como reflejo de una realidad). Lo que sí enturbia todo ese proceso, lo que coarta o debería limitar la inescrutable imaginación de Nolan, es la cantidad de supuestos que puede soportar ese espectador. Porque, aunque estemos flotando en el espacio, no todo vale: el artefacto no lo sostiene todo, no lo puede contener todo. Hay un límite de giros, trucos, macguffins o cambios que soporta una trama antes de que ésta se desintegre y acabe como una multitud de meteoritos en caída libre por el vacío. No existe un número concreto: al fin y al cabo, el arte no se puede pesar. Pero Nolan lo rebasa con creces, aquí y en todos sus proyectos anteriores. Fuerza, vaya, la maquinaria de su historia. Y como resultado, su cine está obligado a ceder ante cierta locuacidaz, a explicitarlo todo, a insertar constantes detalles sobre su funcionamiento (en este caso, las leyes temporales y espaciales que presiden todo su entramado fantástico). Eso incluso en aquellas escenas en las que la película aspira a ser más ligera, más metafórica o más inteligible: en su mayoría, virguerías fotográficas con juegos de colores, o bien momentos que se asientan sobre el dramatismo de los rostros, como la escena en que un McConaughey desconsolado ve el vídeo de sus hijos. Más íntima, más mística que épica, como parece abogar su enésimo quiebro final. Vaya, que en Interstellar uno no puede detenerse ante la ventana de la nave espacial y disfrutar de la inmensidad de las estrellas o de la arquitectura visual del conjunto, básicamente porque la platea está obligada a consultar el manual de instrucciones cada dos por tres. Y el resultado, en definitiva, acaba demasiado supeditado a sus exigencias, a sus caprichos, a sus leyes internas. La obra activa soportes intelectivos, pero por el camino se olvida de abrazar el puro placer. Nada que ver, ya que estamos, y sin ánimo de establecer comparaciones arbitrarias, con las sutiles elipsis y el comedido vaciado de información de Magical Girl.
En resumidas cuentas, al final lo que prima no es tanto la naturaleza de la obra (el artefacto) sino sus propias características (el artificio). A eso apelo para poner entre comillas la capacidad de fascinación y la excelencia como cineasta de Christopher Nolan. Lo valoro como gran prestidigitador, como un original director de orquestra, como un notable diseñador de mundos. Aunque no veo en él un narrador sólido. Incluso podría aventurarme a afirmar que los fotogramas de Nolan, por su tendencia a la grandilocuencia de contenido dudoso, esconden una preocupante inseguridad mezclada con un carácter petulante. Pero no podemos cerrar todo esto con un amago de desprestigio (Nolan, como creador de historias, me merece el máximo de los respetos). Interstellar, pese a todo, es una película interesante que confirma a McConaughey como actor 'total' y demuestra que Nolan, a pesar de los pesares, sigue sin tocar techo. Un film que no hay que desdeñar, y que seguramente se volverá a expander ante nosotros en un segundo visionado como un incansable cajón de ideas y texturas. Tal vez, quién sabe, el truco está en interiorizar ese libreto de instrucciones, por lo que el éxtasis que traza Nolan sólo es posible tras un conocimiento muy profundo de la obra. Muchos espectadores no estarán por la labor: demasiado trabajo, dirán, tratándose de un arte, el cine, cuya naturaleza apela a lo inmediato, a una percepción visual y sonora, a un impulso. Quien escribe, de momento, tampoco lo está, porque Nolan me obliga a separar el visionado de la obra (y el mayor o menor disfrute que éste me produce) con la reflexión de la misma (como si estuviera analizando algo netamente científico, tan frío y sesudo como un tratado aeroespacial). El futuro, y el infinito y más allá, pondrá, como siempre, las cosas, y nuestras opiniones, en su sitio.
Nota: El texto citado corresponde a un fragmento de La pesadez del artefacto, de Ángel Quintana, en 'Caimán, Cuadernos de Cine' nº 31, p. 16.
Interstellar se sirve del bagaje del cine de aventuras espaciales. Sus inspiraciones son infinitas, y seguro que muchas reseñas expondrán sus referentes de forma explícita: no incidiré en ese aspecto. Como parte de ese género (o subgénero), Nolan sabe que tiene un amplio margen de acción: puede transgredir los principios de lo plausible, pero el espectador sí lo asumirá como tal porque forma parte de los códigos del género (de nuevo, defiendo la idea de valorar un film como ficción, no como reflejo de una realidad). Lo que sí enturbia todo ese proceso, lo que coarta o debería limitar la inescrutable imaginación de Nolan, es la cantidad de supuestos que puede soportar ese espectador. Porque, aunque estemos flotando en el espacio, no todo vale: el artefacto no lo sostiene todo, no lo puede contener todo. Hay un límite de giros, trucos, macguffins o cambios que soporta una trama antes de que ésta se desintegre y acabe como una multitud de meteoritos en caída libre por el vacío. No existe un número concreto: al fin y al cabo, el arte no se puede pesar. Pero Nolan lo rebasa con creces, aquí y en todos sus proyectos anteriores. Fuerza, vaya, la maquinaria de su historia. Y como resultado, su cine está obligado a ceder ante cierta locuacidaz, a explicitarlo todo, a insertar constantes detalles sobre su funcionamiento (en este caso, las leyes temporales y espaciales que presiden todo su entramado fantástico). Eso incluso en aquellas escenas en las que la película aspira a ser más ligera, más metafórica o más inteligible: en su mayoría, virguerías fotográficas con juegos de colores, o bien momentos que se asientan sobre el dramatismo de los rostros, como la escena en que un McConaughey desconsolado ve el vídeo de sus hijos. Más íntima, más mística que épica, como parece abogar su enésimo quiebro final. Vaya, que en Interstellar uno no puede detenerse ante la ventana de la nave espacial y disfrutar de la inmensidad de las estrellas o de la arquitectura visual del conjunto, básicamente porque la platea está obligada a consultar el manual de instrucciones cada dos por tres. Y el resultado, en definitiva, acaba demasiado supeditado a sus exigencias, a sus caprichos, a sus leyes internas. La obra activa soportes intelectivos, pero por el camino se olvida de abrazar el puro placer. Nada que ver, ya que estamos, y sin ánimo de establecer comparaciones arbitrarias, con las sutiles elipsis y el comedido vaciado de información de Magical Girl.
En resumidas cuentas, al final lo que prima no es tanto la naturaleza de la obra (el artefacto) sino sus propias características (el artificio). A eso apelo para poner entre comillas la capacidad de fascinación y la excelencia como cineasta de Christopher Nolan. Lo valoro como gran prestidigitador, como un original director de orquestra, como un notable diseñador de mundos. Aunque no veo en él un narrador sólido. Incluso podría aventurarme a afirmar que los fotogramas de Nolan, por su tendencia a la grandilocuencia de contenido dudoso, esconden una preocupante inseguridad mezclada con un carácter petulante. Pero no podemos cerrar todo esto con un amago de desprestigio (Nolan, como creador de historias, me merece el máximo de los respetos). Interstellar, pese a todo, es una película interesante que confirma a McConaughey como actor 'total' y demuestra que Nolan, a pesar de los pesares, sigue sin tocar techo. Un film que no hay que desdeñar, y que seguramente se volverá a expander ante nosotros en un segundo visionado como un incansable cajón de ideas y texturas. Tal vez, quién sabe, el truco está en interiorizar ese libreto de instrucciones, por lo que el éxtasis que traza Nolan sólo es posible tras un conocimiento muy profundo de la obra. Muchos espectadores no estarán por la labor: demasiado trabajo, dirán, tratándose de un arte, el cine, cuya naturaleza apela a lo inmediato, a una percepción visual y sonora, a un impulso. Quien escribe, de momento, tampoco lo está, porque Nolan me obliga a separar el visionado de la obra (y el mayor o menor disfrute que éste me produce) con la reflexión de la misma (como si estuviera analizando algo netamente científico, tan frío y sesudo como un tratado aeroespacial). El futuro, y el infinito y más allá, pondrá, como siempre, las cosas, y nuestras opiniones, en su sitio.
Nota: El texto citado corresponde a un fragmento de La pesadez del artefacto, de Ángel Quintana, en 'Caimán, Cuadernos de Cine' nº 31, p. 16.
Para nolistas convencidos o en proceso de reconversión.
Lo mejor: Técnicamente es irreprochable.
Lo peor: No termina de encajar, uno no sabe si por ser demasiado espesa
o demasiado diluida (o las dos cosas a la vez).
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De conocidos solo he oído comentarios malos de la película hasta el momento, tendré que darme la oportunidad de verla y salir de dudas.
ResponderEliminarLo siento pero no estoy de acuerdo.
ResponderEliminarAl salir del cine tuve la sensación de haber visto uno de los clásicos futuros de la ciencia ficción.
Una combinación casi perfecta (lástima de ese final)entre relación paterno-filial con las teorias más sesudas de Kip Thorne.
Obviamente, sus cualidades dependerán mucho de los intereses del espectador.