domingo, 14 de septiembre de 2014

CRÍTICA | LOCKE, de Steven Knight


Shakespeare al volante
LOCKE, de Steven Knight
Reino Unido, 2013. Dirección y guión: Steven Knight Fotografía: Haris Zambarloukos Música: Dickon Hinchliffe Reparto: Tom Hardy, y voces de Olivia Colman, Tom Holland, Ben Daniels, Ruth Wilson y Andrew Scott Género: Thriller dramático Duración: 85 min. Tráiler: Link Estreno en España: 22/08/2014
¿De qué va?: Ivan Locke abandona una zona en obras, pero esta vez no volverá a su casa: tiene una hora y media antes de llegar a Londres y contar sus planes tanto a su mujer como a sus empleados. No es una noche cualquiera. No porque haya un partido de fútbol que tiene paralizado al país o porque sea la víspera de uno de los trabajos más importantes de Locke, sino porque es la noche que cambiará la vida de nuestro protagonista para siempre. Todo, sin salir de su coche.


Al protagonista de Buried (Enterrado) sólo le unía una cosa al mundo real: su teléfono móvil. Lo mismo ocurre en Locke, aunque en este caso el coche funciona como jaula y el vínculo con la realidad es posible gracias al 'manos libres' del vehículo. La moda de encerrar a un personaje en un espacio limitado y delimitado no es nada nuevo, pero sí sorprenden los tintes existenciales y dramáticos que toma la historia de Knight. Allá donde Buried se movía por mero impulso primario (sobrevivir en el sentido literal del término), en Locke los diálogos adquieren tintes de tragedia clásica, con monólogos internos, momentos de silencio y una batería de conversaciones muy bien hilvanadas (el objetivo también es sobrevivir, pero en un plano más metafórico). Knight consigue crear un personaje complejo con mucha imaginación y muy pocos elementos, con el estilo directo propio del teatro y con una riqueza de medios que aúna lo tradicional con lo moderno: al fin y al cabo, la palabra, pero también las cuidadas transiciones de cámara y montaje, ayudan a dibujar la atmósfera nocturna y el crescendo dramático de la película. 


Una interesantísima historia de confesión y expiación personal con un personaje tan ambiguo como sincero, tan impulsivo como cerebral. Una historia atemporal (podríamos sustituir el coche por un carruaje y los soliloquios telefónicos por un largo monólogo interior), pero que contextualizada aquí y ahora se convierte en un retrato esclarecedor del hombre moderno (entre líneas, se amontonan problemas laborales, antiguos traumas familiares, una inestabilidad emocional acuciante y un ritmo de vida aniquilado por el estrés y los ritmos frenéticos del día a día). Tom Hardy defiende con convicción un antihéroe superado por las circunstancias y obligado a culminar un ejercicio de escapismo dialéctico excelentemente escrito. Una road movie psicológica con resolución abierta, también de final imposible: la historia podría seguir con otros Ivan Locke, en otros vehículos y en otras carreteras. Porque Locke, que bien podría ser un Shakespeare del siglo XXI, es una simbólica historia sobre las decisiones que tomamos y sobre los planes que nunca llegamos a realizar, de las huidas que hacemos y de las fugas que nunca haremos, bien por miedo o por comodidad. Ante la deriva contemporánea, Locke aboga por la sinceridad: ese es su mensaje, también su gran valor.


Para amantes de relatos claustrofóbicos.
Lo mejor: El guion funciona a las mil maravillas.
Lo peor: Algunos esperarán una nueva versión de Drive... y saldrán decepcionados.

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