martes, 20 de mayo de 2014

Crítica de MATTERHORN, de Diederik Ebbinge


Matterhorn es una de las óperas primas más sorprendentes y premiadas del pasado año. Un trabajo complejo pese a su aparente sencillez que crece a medida que avanza el metraje. Aunque en un inicio Matterhorn parece la historia de una extraña pareja (un calvinista radical, viudo y de vida anodina, decide acoger en su casa a un hombre extravagante de la edad mental de un niño), el director Ebbinge abre el relato a niveles interpretativos más interesantes. Matterhorn explica en clave tragicómica, inusual aun sin caer en el ridículo, parca en palabras pero certera en todos sus contados diálogos, la intransigencia y los prejuicios imperantes en las comunidades de ciertas zonas de Europa Central. A Ebbinge no le interesa trazar un argumento queer al uso (aunque no reniega de su vinculación con el ultimísimo queer cinema) y tampoco pretende cuestionar los principios religiosos que mueven a los personajes (aunque gran parte de la cinta subraye la rutina de los convecinos del protagonista en términos sectarios): la película está narrada desde la comprensión, de forma que resulta muy fácil empatizar con todas sus criaturas. La aceptación de Theo, el hombre de conducta aniñada, sirve de vehículo para que Fred, el rígido devoto, logre zanjar sus conflictos vitales y familiares. Una obra, en resumen, que defiende la reconciliación y que apuesta por una combinación de temas y tonos muy sugerente, por momentos cercana al laconismo de los personajes de Kaurismäki o de la nueva ola de cine griego, y en otros una obra profundamente tierna, un cuento simpático que deja el poso de las historias sensibles y comprometidas.


Lo mejor: La historia se despliega poco a poco de forma nada previsible y realmente efectiva.
Lo peor: Habrá quienes vean una historia de 'sexualidad' cuando en verdad se trata de una historia de 'afectos'.

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