Ha vuelto el mejor Scorsese, pero el contexto ha cambiado. En el pasado vimos a mafiosos en plena faena, pertrechando sus trapicheos desde los barrios más sórdidos de Norteamérica, tomando la anarquía del talonario y el rifle como principio de su endeble código moral. Ahora los espacios se han vuelto más volátiles y los delitos se ejecutan cual truco de magia, sin aparentes pruebas, desde la frialdad de una línea telefónica, un teclado de ordenador o una sala de Wall Street repleta de brockers eufóricos que juegan con dinero que no existe. El lobo de Wall Street, y más después de un ejercicio tan nostálgico como La invención de Hugo, sabe a película moderna y al mismo tiempo a actualización de toda la panda de gánsters que ha llenado la notable filmografía de nuestro amigo 'Marty'. Una prueba irrefutable de que los tiempos han cambiado está en la propia estructura del guion: el malhechor es ahora el narrador orgulloso de sus proezas y de sus desdichas, el héroe y la ruina de su propia existencia. Y en ese cambio, cuesta imaginar un libreto que tome tantos riesgos como el de Terence Winter, un ejercicio de montaje tan rítmico o una interpretación tan vitaminada, pura farlopa gestual, como la de Leonardo DiCaprio. El lobo de Wall Street, aunque nos pese, es un reflejo y una imagen deformada de nuestros tiempos: divierte y al mismo tiempo escuece. Cine, por fortuna, mayúsculo, capaz de llegar a las tres horas de metraje y dejar a la platea con ganas de más. El lobo de Wall Street es una fiesta, pero también la horma del zapato para un espectador que al salir de la sala se encuentra con la España de la crisis. Hasta en eso tiene razón el cabrón 'con swing' que protagoniza está sátira con sello Scorsese: los caraduras con dinero, aunque caraduras, siempre terminan ganando. De ahí que el recorrido vital que describe El lobo de Wall Street vaya del desenfreno fiestero a la terrible borrachera del día después: Jordan Belfort, como lo fue en su día el Gordon Gekko de Wall Street, es una metáfora perfecta de la sociedad que ha visto la caída y la desvirtuación de determinado concepto de capitalismo. Una comedia, sí, pero reflexionarla implica llorar a mares: Belfort perfectamente podría llevar los trajes manchados de Bárcenas, Urdangarín, los responsables del fraude de las preferentes bancarias o parte de la clase política envuelta en casos de corrupción.
Referencias aparte, el elemento que define a El lobo de Wall Street es su capacidad por tomar el exceso no solo como temática principal de la ficción (el histrionismo de sus personajes, la pomposidad de los espacios lujosos por donde se mueven, etc.) sino como recurso narrativo que impulsa toda la película. Scorsese no ha ganado recato con los años y esta vez su composición sabe a puro heavy metal pendiendo de la fina línea del mal gusto. Por todo ello, El lobo de Wall Street puede resultar un producto un tanto pagado de sí mismo, tan ególatra como la personalidad de su protagonista, pero al mismo tiempo, incluso en sus momentos más delirantes, es difícil encontrar palabras gruesas o trucos de guion que resulten gratuitos o simplemente desagradables: Scorsese se encarga de que en cada colocón haya una semántica implícita y una tragicomedia explícita, combinación explosiva que puede espantar a la platea pero también llevarla a las puertas del éxtasis. Personalmente, valoro el riesgo y la grandilocuencia bien conducida de la película, seguramente el mejor título que cursa este año por el caprichoso Oscar de la Academia de Hollywood. El lobo de Wall Street, por la singularidad de sus formas y por la pertinencia de su historia, bien merece convertirse en un clásico moderno. De momento, es un peliculón que no debe sonrojarse por compartir estantería con Casino, Uno de los nuestros o Taxi Driver.
Para los que deseaban una película adulta tras tanta nata navideña.
Lo mejor: Algunas escenas se quedan grabadas a fuego en la memoria.
Lo peor: Su atrevimiento no tendrá recompensa la noche del 2 de marzo.
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Nota: 8'5
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Es impresionante. Me gustó mucho el film y las actuaciones de DiCaprio, ha madurado bastante. Sale el chico de Silicon Valley, Thomas Middleditch en una escena muy pequeña, no por eso es mala. Es recomendable hasta cierto punto.
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