lunes, 23 de diciembre de 2013

Crítica de LA GRAN BELLEZA, de Paolo Sorrentino


Paradójicamente, puede escucharse el silencio en un ático repleto de gente cantando, bailando y bebiendo al compás de ritmos chabacanos. También puede estarse en el vacío más absoluto rodeado de grandes estatuas, monumentos que son patrimonio de la humanidad y edificios prefabricados llenos de leds. La gran belleza es la historia de un viaje, de una ciudad, de una vida que nunca fue novelada pero que siempre fue vivida como una ficción tragicómica, repleta de episodios graves y patéticos. Es, por definición, un film contradictorio, porque en su retrato de lo banal, de lo opulento y de lo meramente superficial se encuentra el verdadero drama de Jep Gambardella, representante ilustre de una élite falsamente intelectual con ecos de la Italia y la Europa circense de políticos corruptos, sobres a escondidas e idearios berlusconianos. Es una historia nocturna y grotesca, la crónica de una existencia que se desintegra, los delirios y la agonía de un letargo físico y vital, la filmación del nuevo ocaso de una Roma de pasado romano que ahora asiste al asedio de la modernidad, apuntalado en la corrupción económica pero sobre todo moral de su nueva clase dirigente.


Sobre el papel, es difícil concebir en pantalla grande tanta unión de extremos, pero Paolo Sorrentino obra el milagro: La gran belleza molesta al mismo tiempo que embelesa, funciona por acumulación y termina teniendo un impacto duradero en el espectador, como si la carga emocional de Angelopoulos desfilase por los salones barrocos de la María Antonieta de Sofia Coppola. Sea como sea, un film capaz de sacar a la luz la belleza oculta de las cosas feas, un ejercicio cinematográfico arriesgado que puede gustar o disgustar de forma muy encendida, y sobre todo un film profundamente italiano, de espíritu mediterráneo y en el fondo tremendamente universal y atemporal. Hay que remitirse a Reality, notable película de Matteo Garrone, para recordar un cine italiano de primera categoría, capaz de jugar con su genética surrealista desde la crítica y el homenaje, recordando su pasado de grandes cineastas y abriendo ricas referencias a su controvertido mapa religioso, político y social. La gran belleza tiene el encanto de esas películas que caminan en todo momento en la cuerda floja, entre el éxtasis y el hastío: de hecho, su gran punto débil está en su incohesión, en su poca uniformidad, en la palpable sensación de que con algunos descartes de metraje u otros recursos narrativos la película seguiría siendo igual de potente pero tal vez más concisa. Personalmente, ello no sirve de argumento para desarmar La gran belleza, porque su estado es líquido, tal vez gaseoso, y sus imágenes tejen una fina capa que parece volatilizarse y reformularse con cada nuevo truco de montaje y fotografía.


Al terminar la sesión uno tiene el pleno convencimiento de que la vida es igual de oscura que en el film, pero nunca tan bella como la filma Sorrentino en su mejor largometraje hasta la fecha. Una obra que perfectamente podría estar firmanda por un Kubrick siciliano, o por el mismísimo Fellini si todavía viviese. La película más clásica del 2013, y al mismo tiempo la más rompedora. Una sucesión vívida de delirios que irritó profundamente a Steven Spielberg en el Festival de Cannes y que encandiló a gran parte de la prensa reunida en la Croisette. Así, sin medias tintas. Y pese a todos los adjetivos propuestos, es una experiencia que hay que ver y vivir en primera persona, cuyo poder no puede describirse por medio de las palabras. La gran belleza y la vida de Gambardella perdurará como obra maestra del cine, porque en ese escaparate de antónimos lo eterno se impone a lo efímero. De eso, de un tiempo estancado que al mismo tiempo avanza, habla La gran belleza. Tiempos que se repiten de forma cíclica, imágenes que pueden verse y disfrutarse en un bucle sin fin. Y pocas veces puede decirse esto de forma tan categórica: sus 135 minutos ya son historia del mejor arte del siglo XXI.


Para amantes de películas extremas.
Lo mejor: Su inventiva y capacidad de sorpresa.
Lo peor: Que sus verbos estén conjugados en superlativo puede llegar a molestar en determinados momentos, sobre todo en sus escenas más irónicas. 

Nota: 9

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