Seguimos en la Tierra Media. Y Jackson parece haber citado a todos sus participantes menos a Tolkien. El hobbit: La desolación de Smaug es una película repleta de acción, diseñada como preciso vagón del tren de la mina donde uno no tiene tiempo de asimilar lo que ve. La película, con un todavía más trabajado sistema HFR 3D, es una experiencia audiovisual en toda regla, y sus pericepias se concatenan como niveles y pantallas de un magno videojuego. Respecto a la primera entrega, sigue el interesante juego entre el humor británico y el lado oscuro que gobierna al hobbit Bilbo, en esta ocasión más secundario que nunca. De nuevo, Jackson es consciente de que la nueva trilogía debe su naturaleza a las artes del montaje y no a una premisa literaria construida sobre esa estructura, por lo que actúa cual mago llenando de efectos más o menos convincentes aquellos momentos en los que el peso del metraje, de las gafas tridimensionales y de la sobrecarga de seres fantásticos colapsan al personal. Y pese a ser un producto facturado de forma maestra, en esta ocasión cabe preguntarse la verdadera vinculación entre lo visto y los mundos de Tolkien: no hace falta saber el contenido de las páginas del escritor para saber que la importancia del personaje de Evangeline Lilly, que la reaparición de Legolas o que el largo e impresionante episodio del dragón no eran rutas marcadas al inicio de la expedición. Tal vez El hobbit: La desolación de Smaug sea tanto un éxito de la técnica como una corroboración de que la nueva aventura ha sido desde el minuto uno una operación para engrosar las arcas de Jackson y la Metro Goldwyn Meyer, pero es imposible que su público potencial y vecino, provisto o no de su menú de palomitas, se sienta defraudado, incluso en aquellos momentos o líneas de guion abiertos a cualquier chanza. A esta segunda parte le falta historia, o tal vez la trama resulta demasiado complicada para una mente nada abierta a geografías fantásticas como la que escribe: sea como sea, El hobbit: La desolación de Smaug entretiene, consigue que abras la boca de sorpresa en un par de ocasiones, y pone punto y seguido al suspense justo cuando la trama se sitúa en sus cuotas más altas de impacto audiovisual y emoción. Tiene los problemas y las características de cualquier segunda parte sin principio ni final, pero como puente funciona a las mil maravillas: será difícil, a pesar de los pesares, no pasar por taquilla las próximas navidades para saber cómo termina una gallina de los huevos de oro tan descarada como apabullante.
Para postergar un poco más nuestro viaje por la Tierra Media.
Lo mejor: Las piruetas de los barriles y el imponente diseño del dragón.
Lo peor: Que la acción demande cuerpos de lucha y no verdaderos personajes.
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Nota: 7
Comparto gran parte de tus impresiones, así que no hace falta decir mucho más.
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