El cine de Woody Allen, cuyo ritmo de trabajo está más que asentado en la producción de una nueva película al año, parece descansar sobre dos bases: por una parte, la capacidad de convocatoria en salas de sus films y la atención crítica que merece cada uno de sus estrenos convierten su filmografía en un escaparate de culto a la vez que cercano para los órbitas menos cinéfilas, algo bastante inusual en una cartelera actual y en un discurso cinematográfico ajeno a los fenómenos de masas y sin apenas referentes dentro del grupo de autores ya consagrados; y por otra parte, Allen asiste a la constante revisión y reivindicación de su obra desde la distancia y la constancia, encadenando cintas más o menos afortunadas pero que en todos los casos se ajustan a sus deseos como narrador (no ha cedido a ninguna moda) y a su particular estilo como escritor (y más teniendo en cuenta que su faceta como actor ya parece cosa del pasado). Independientemente de la opinión que nos merezca Blue Jasmine, es innegable que Woody Allen es tal vez el único director de su generación cuya influencia ha llegado intacta hasta nuestros días: sólo partiendo de esa influencia puede entenderse por qué un film como Blue Jasmine, de esencia teatral, de alma totalmente clásica y con descripción de personajes a la vieja usanza, sigue siendo en el 2013 un número uno de taquilla mundial y un objeto de reverencia para muchos.
A Blue Jasmine, por lo tanto, nos acercamos desde la admiración y el respeto que inspira un señor, míster Allen, que hasta en el peor de los casos y en la más deficiente de sus historias tiene algo interesante que contar. Los que se suban a la imperante corriente popular-crítica que beneficia a Allen verán en Blue Jasmine una cita directa a la crisis económica y un estilo tragicómico más afilado y atinado con respecto a anteriores films de Allen. Los críticos de la vieja escuela se entretendrán estableciendo conexiones de Allen con otros títulos del mismo director, y estos a su vez con obras de otros firmantes, una operación más que lícita y plausible teniendo en cuenta la larga filmografía de su responsable. El resto seguramente detectará que Blue Jasmine, más allá de la redonda aportación de sus actrices y la fluidez escritora de su autor, cuesta situarla como uno de los mejores trabajos de Allen, aunque obviamente gane cualquier intento de comparativa con nombres recientes como A Roma con amor, Conocerás al hombre de tus sueños o Vicky Cristina Barcelona.
Más allá de un giro final en la historia (que obviamente no explicaremos y que únicamente sirve para subrayar la locura burguesa de la protagonista), puede decirse que Blue Jasmine es tan efectiva como conservadora: una vez el espectador conoce los caracteres de sus actantes, la trama poco puede ofrecernos más allá de la manida tesis sobre las diferencias sociales y la demostración de que los humanos no atienden ni a teorías ni a lecciones, incluso de aquellas dictadas por la experiencia, y que por lo tanto están condenados a incurrir en el mismo error de forma cíclica en lo que respecta a sus relaciones laborales, familiares y personales. El film presenta otro escollo: pese al recital interpretativo de Blanchett (¿el personaje más almodovariano de Allen?) y Hawkins, ambos personajes resultan totalmente planos, crispantes, ligeramente histriónicos y paródicos (y por qué no decirlo: antipáticos), con lo que la platea difícilmente llega a sentir empatía por el dúo de hermanas más allá del buen funcionamiento de determinadas escenas cómicas (en este sentido, la escena en la que Augie entra en casa de Ginger y rompe el teléfono mientras los niños juegan y Jasmine, que espera la llamada de su nueva conquista, se sirve su medicación en la cocina es de una precisión abrumadora que no tiene continuidad en planos anteriores y posteriores y que demuestra que Blue Jasmine hubiese podido reformularse como excelente vodevil).
En resumen, Blue Jasmine es una película interesante que carece de las grandes virtudes de Midnight in Paris y sobre todo de Match Point, para quien escribe las mejores creaciones de Allen de los últimos veinte años: desde el momento en que vemos a Cate Blanchett en larga confesión y desfogue emocional con su anciana compañera de avión sabemos que nuestra heroína terminará su andadura perdida, encerrada en su caparazón y sin posibles asideros o confidentes, mientras que en las dos cintas citadas había una progresión narrativa y una capacidad para llenar de matices a los personajes con cada nuevo paso, escenario, página de guion y minuto de metraje. Blue Jasmine es una historia decimonónica y no costaría imaginarla como pieza de teatro: es una metáfora del inmobilismo contada con la mano curtida pero también inmóbil de Woody Allen. Afortunadamente, Allen no tiene que demostrarnos nada a estas alturas: de aquí que Blue Jasmine, pese a llegar varias décadas tarde, sea un artefacto realmente entretenido.
Para allenianos nuevos y de siempre.
Lo mejor: Cate Blanchett, seguida de Sally Hawkins y Andrew Dice Clay.
Lo peor: Tanta neura puede llegar a agotar.
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Grandísima película de Woody Allen. Hacía mucho tiempo que no disfrutábamos tanto con una de sus películas. También, genial el trabajo de Blanchett (Hawkins no se queda atrá) que le da cuerpo y fuerza a toda la cinta.
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