Caníbal no es la historia de un psicópata. Tampoco es el retrato de un caníbal, aunque su personaje mate a mujeres jóvenes, las descuartice en un pequeño refugio de la sierra, deposite la carne en su frigorífico y cene los pedazos de sus presas cada noche después de volver de su sastrería. El proceso violento de Caníbal aparece fuera de campo: nunca vemos el modus operandi del lobo, porque Carlos, nuestro protagonista, no es una bestia, sino un hombre agazapado en la oscuridad. Un hombre, eso sí, capaz de lo peor. Y de tratarse de una bestia, un animal enjaulado cuyos alaridos no son muestras de fiereza, sino lamentos de un gran vacío interior que le impulsa a sobrepasar la barrera de lo (in)humano.
Caníbal empieza sin rodeos. Vemos una pareja en una gasolinera, y ese plano que se antojaba objetivo al final acaba siendo un juego de perspectivas: Carlos, nuestro asesino, ha estudiado a las víctimas y procede a atacar. Sin ser conscientes, como espectadores hemos visto el horror desde los ojos de Carlos, y poco a poco, avisados del gran secreto de nuestro antihéroe, somos cómplices de su soledad, de su intimidad, de su inquebrantable y anodina rutina. Posteriormente volvemos a ver a Carlos en su faceta más brutal, pero para ese entonces el lado oscuro del personaje ya no nos sorprende. Ya habremos sido captados por Carlos y sus fantasmas.
Caníbal, al igual que su traumada criatura, tiene vacíos, elisión de tiempos y detalles que nunca se nos revelan. Algo que tiene todo el sentido del mundo: el film es la crónica de los desconocidos pero familiares mecanismos del mal, y hacia Carlos sentimos tanta simpatía como rechazo. Cualquiera de nosotros podría ser Carlos. Y como espectadores, somos participantes activos y espías del dolor que siente Carlos y que éste infringe a los demás. El film tiene el efecto de una pesadilla, porque nos obliga a transitar espacios lánguidos, tan reconocibles como amenazantes. Martín Cuenca entiende que no hay nada extraordinario en el acto de matar y le interesa un cine de procesos, no de hechos. Caníbal transcurre a puerta cerrada, entre pasillos, luces artificiales, barrotes, abigarradas calles empedradas y desolados paisajes de montaña. Hay algo en ella que la hace irrespirable, subyugante, melancólica. El estilo del film dista de ser naturalista: todo está captado en los tonos ocres, la teatralidad y el sentimiento contenido de un retablo de Semana Santa. Caníbal es una película pictórica, detalle que la hace tan anacrónica e interrogante como universal y atemporal. Un viaje a la cueva del malvado, una de esas experiencias capaces de vaciarte por dentro y estremecerte.
Pero... ¿y si en verdad Caníbal fuese una historia de amor? Durante casi dos horas vemos un ser de apariencia fría cuyo hielo se va derritiendo. Sabe que debe dar un giro a su vida, y al final asume la dificultad que supone sacurdirse de sus taras y desnudarse física y anímicamente ante la persona que quiere. Martín Cuenca acaba llevando Caníbal al terreno de la redención, y cuando se observa un atisbo de luz y la esperanza empieza a inundar la terrorífica atmósfera del film, el guion nos sorprende con un giro inesperado. Para muchos, una resolución torpe. Para nosotros, el peor de los finales, el que más duele, el que menos queríamos para Carlos. Algunos rieron en la sala de cine, pero me atrevo a decir que esas risas o bien eran impulsos nerviosos o bien demostraban que muchos no habían llegado al corazón trágico de la película.
Caníbal no es un film de visionado fácil. Muchos se aburrirán con sus silencios. Otros todavía no la hemos podido digerir: seguimos sin aliento, atrapados, como Carlos en uno de los planos finales más desgarradores del último cine español. El pudor y las prisas que impone un festival como Donosti nos impidieron llorar la película en silencio. Lo haremos ahora que se estrena en cines. Id con cuidado: Caníbal duele pero produce placer al mismo tiempo. Una de las películas más interesantes del año.
Para investigadores del mal.
Lo mejor: De la Torre y la dirección de fotografía de Birba.
Lo peor: Que no fuese la Concha de Oro de Donosti.
Si te gusta esta crítica, vótala en Filmaffinity
Nota: 8'5
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Que ganas de verla ya...
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