sábado, 14 de septiembre de 2013

SERIES 34: HOMELAND

A Ramon

Aviso de spoilers: el texto contiene detalles de las tramas de la serie.

Los atentados a las Torres Gemelas y la posterior Guerra de Irak ha marcado de forma decisiva las políticas de los Estados Unidos, y con ellas las de todo el mundo. El monopolio yanki es tan potente y viene perpetrándose desde hace tanto tiempo que es imposible escapar a la influencia de quienes dominan la estabilidad política y, con el marco de la crisis, económica, de todo el planeta. Con todo, el discurso tradicional del 'poli bueno-poli malo', el héroe cargado de virtudes y el villano al que aniquilar, ha quedado totalmente obsoleto, producto de la maduración de una audiencia que sabe detectar las posibles obviedades y manipulaciones que existen detrás del guion, así como dilapidar aquello que hace unas décadas parecía incuestionable: efectivamente, ni el poli bueno era tan bueno ni el malo era tan aterrador.
Tras películas que confraternizaban con las víctimas (World Trade Center), experimentos más o menos efectistas (Redacted), thrillers oportunistas (United 93) y tramas con toques de drama de sobremesa (En el valle de Elah), la ficción estadounidense, cuya influencia, al igual que las citadas cuestiones políticas, planea sobre toda la producción cinematográfica contemporánea, ha ganado credibilidad y originalidad con el paso de los años. No es casualidad que la mejor crónica sobre los tiempos en los que vivimos, La noche más oscura, sea una cinta del 2012 (año de producción), y que en paralelo la tan apreciada cantera televisiva (HBO a la cabeza, Showtime y ABC entre otras a la zaga) haya refinado su sentido de la acción pasando de productos como 24 o Alias a Homeland, ganadora de dos Globos de oro consecutivos a la mejor serie dramática.


En este sentido, merecería un estudio aparte las numerosas relaciones entre Maya, la tenaz agente de la CIA que da caza a Bin Laden en el film de Bigelow, y Carrie Mathison, la bipolar e infatigable protagonista de la serie; limitaremos esas conexiones comentando la reacción de ambas protagonistas femeninas, detalle ya de por sí novedoso, frente a los últimos sucesos de sus tramas: Maya abre el féretro que contiene el cuerpo de 'el terrorista más buscado' con movimientos lentos y termina derrumbándose en el helicóptero que la devolverá a la patria América, consciente de que su vida termina simbólicamente con el objetivo ya muerto; mientras que Carrie, en el penúltimo capítulo de la segunda temporada de Homeland, resta en estado de catatonia ante el cuerpo sin vida de Abu Nazir, y termina dibujando una pequeña sonrisa al cadáver dispuesto en una camioneta, como si Carrie hubiese hilvanado en silencio una relación de dependencia con su némesis (el luchador no es nada sin su víctima, pero, como ya avisábamos, los límites entre ambas partes del tablero están difuminados). Cuestiones, además, que podrían resolverse con una aseveración: tanto Maya como Carrie, bellas por fuera y traumadas por dentro, sin ningún tipo de vida más allá de la laboral y con unas actitudes bruscas que denotan un carácter alienado, son claras personificaciones de los Estados Unidos, de su obsesión ante un nuevo ataque como el del 11-S y de la manipulación interna e internacional con respecto a sus ocultas y cuestionables formas de proceder en la lucha contra el terrorismo.


Homeland, si bien ha dado muchísima vida al nuevo thriller político, tiene su base en una cuestión atemporal: las dificultades para conciliar la vida personal con la profesional. Carrie se gana el favor de la audiencia precisamente por sus debilidades, pero los esporádicos ataques que sufre producto de su enfermedad son escondidos por el personaje, que quiere preservar ante todo su imagen de mujer dura e inquebrantable. Unas dudas y un componente humano que la unen a Nicholas Brody, soldado capturado en Irak que ahora es descubierto ocho años después de su desaparición: Brody se debate entre su familia, la lealtad a Nazir tras 'destrozarlo y reconvertirlo en una nueva persona' y la fidelidad a su país, consciente de que en ambos frentes se han cometido hechos atroces. Con estas descripciones, no es extraño que Homeland vaya del espionaje al melodrama: Carrie pasa de espiar al soldado con cámaras ocultas en su casa a vislumbrar un futuro junto a Brody. Un factor humano que también vemos en el plano final de la segunda tanda de episodios: Saul, protector de Carrie en todos los aspectos, observa los 200 cuerpos sin vida tras estallar una bomba en el funeral del vicepresidente Warren y pide en silencio a su esposa que regrese para ayudarle.


Otro detalle importante de estos primeros 24 episodios de Homeland es su gran sentido del ritmo narrativo, independientemente de los escenarios y la trascendencia de los temas que tocan. Si la primera temporada es un crescendo impecable que estalla en su final season, la segunda temporada funciona al principio con numerosos golpes de efecto y finalmente como una descripción de cómo esas acciones han afectado a todos los personajes hasta obligarles a reformular sus perspectivas de futuro. La serie, en otras palabras, pasa de centrarse en Carrie (al principio el espectador duda de Brody, al igual que la agente Mathison) para terminar a merced de las acciones de este (el espectador empieza a dudar de Carrie y acaba simpatizando con la otra cara de la moneda). A su vez, Carrie está más sola en la segunda temporada, ya que Saul es reclamado en operaciones paralelas, y la aparición de un nuevo agente que sigue las órdenes de David Estes, el jefe de todo el comando, inaugura la definitiva fractura que sufrirá la CIA en el capítulo final. La moraleja es evidente: hasta el terrorista tiene sus motivos, aunque esos motivos nunca justifiquen sus hechos; quien cree tener la sartén por el mango no puede actuar libremente en pos de un plan estratégico militar, ya que al apretar un botón se trastoca la vida de muchas personas; y los ciudadanos norteamericanos, y nosotros con ellos, tienen motivos suficientes para creer en una conspiración a gran escala hurdida a sus espaldas y que revierte, no siempre para bien, en el día a día rutinario.


Homeland, en definitiva, ha devuelto la dignidad y el compromiso, así como el gran tino comercial de los mejores productos estadounidenses, al cine negro (aun sabiendo que no es 'cine' sino 'televisión'). Con todo, no podemos dejar de apuntar algunos detalles significativos que sirven para poner en duda, aunque sea mínima, la solidez de una serie con pocos resquicios como Homeland. En primer lugar, estamos ante la adaptación de una serie israelí, de la misma forma que The Killing bebía de una franquicia danesa: Norteamérica sigue necesitando de ideas ajenas para mantener su prestigio. En segundo lugar, la propia estructura de las series televisivas impone una dinámica narrativa que no siempre beneficia a la historia: Homeland tiene varios finales frustrados a lo largo de sus capítulos, y aunque la diversión no disminuye con el paso de los episodios sí se nota cierta fragmentación de los personajes (no hay que olvidar que Homeland estaba pensada como título de una sola temporada: el éxito o fracaso de las series marca su aprobación o cancelación en un sistema que es muchísimo más cruel y expeditivo que el de la difícil financiación, el rodaje y el estreno cinematográfico). Y en tercer lugar, alguna minucia que los más quisquillosos apuntan en las webs: Carrie no va armada mientras sus compañeros siempre tienen pistolas a mano, el personaje de la esposa de Brody aporta más bien poco a la función (no así el de su hija) y la subtrama inicial de infidelidad es de lo más pueril, y como suele ser habitual en este tipo de tramas da la sensación de que los sistemas de rastreo y espionaje son inmediatos. Notas a pie de página que no cuestionan el hecho de que Homeland sea uno de los fenómenos audiovisuales más importantes de los últimos años.


Nota 1ª temporada: 9
Nota 2ª temporada: 8

AVANCE 3ª TEMPORADA (29/09):

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