viernes, 24 de mayo de 2013

Especial ANDRÉ TÉCHINÉ: Crítica de LOS TESTIGOS

Uno de los motores narrativos de todo el cine de André Téchiné es la pasión. Y una de las excusas argumentales para reflejar esa pasión está en el viaje, el éxodo o la huida a la ciudad, siempre la eterna París, como lugar donde cumplir los sueños. También la evocación de la juventud como etapa de locura y aprendizaje. Téchiné cree tanto en la pasión que deja que sus actores buceen en las profundidades de sus personajes, improvisen en las sesiones de rodaje y reescriban día a día el guión de base. Todo ello está en Los testigos, una película muy viva, rica en matices y texturas, con la entidad de esas obras que parecen basarse en experiencias propias, contadas en primera persona o evocaciones de vidas reales. Un cine sentido, un cine desordenado, un cine caótico y un cine inabarcable. No pasa el tiempo para el cine de Téchiné, un autor más joven que nunca en cuyas últimas obras inspira compromiso, nervio y convicción. Los testigos evoca la tragedia que supuso el SIDA en la primera mitad de los 80 en todo el mundo. Manu, un joven recién llegado a la capital, trastoca la vida de un grupo de parisinos de vida más bien acomodada. Téchiné distribuye la historia en tres partes (los buenos tiempos, los malos y la valoración de ambos a modo de clausura), equilibra con bastante atino los lazos sentimentales y profesionales de los personajes, y consigue un convincente retrato de esos primeros testigos del SIDA en un país (Francia) en el que todavía se utiliza la expresión vulgar 'pédé' (en referencia a 'pedófilo') para referirse a los homosexuales (algo que gana vigencia con el recientemente aprobado matrimonio entre personas del mismo sexo). Puede que no tenga la entidad de las mejores obras de Téchiné, puede que en su parte central la historia acabe perdiendo el norte, pero se agradece que a diferencia de otros coetáneos (Resnais, Leconte, Guédiguian) no haya ni un rastro de naftalina o acomodamiento en su mirada: de hecho, Los testigos podría estar firmada por François Ozon, sin ir más lejos. Cine de mirada adulta y formas nuevas que, por fortuna, se niega a morir.


Para enamorados de la sensibilidad del mejor cine francés. 
Lo mejor: Da luz a un tema poco tratado: el caos del SIDA en los años 80.
Lo peor: Ciertos retruécanos narrativos, muy del gusto de cierta intelectualidad gala.

Nota: 7

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