domingo, 24 de marzo de 2013

Crítica de EL ODIO (LA HAINE), de Mathieu Kassovitz

Lo que cuenta no es la caida sino el aterrizaje
EL ODIO (LA HAINE), de Mathieu Kassovitz (Francia, 1995)
¿De qué va?: París acaba de vivir una noche llena de disturbios, redadas policiales y peleas entre bandas callejeras. Las televisiones locales recogen el hecho. Mientras tanto la vida en las barriadas marginales empieza a mediodía. Saïd, árabe, despierta a Vinz, judío, y ambos observan cómo el gimnasio de su barrio, donde el negro Hubert boxea ajeno a lo sucedido, ha sido calcinado y destruido tras los altercados. Los amigos de los tres consiguieron robar una pistola a la policía y su principal objetivo es visitar a su colega Abdel, herido que ha sido trasladado a un hospital del centro de la ciudad. Empieza un día en el que Saïd, Vinz y Hubert se enfrentarán al orden establecido, a una banda de neonazis y a la hostilidad de las fuerzas públicas. Las últimas horas de tres víctimas y verdugos que viven al límite y que no temen pagar las consecuencias de ello.
Palmarés: Gran protagonista de los Premios César 1996. Nominada 11 veces en 9 apartados, incluyendo los actores noveles Vincent Cassel, Hubert Kounde y Said Taghmaoui, lo que la convierte en una de las cintas más nominadas de la historia de los principales premios del cine francés. Ganadora en mejor montaje, diseño de producción y película francesa del año, superando a títulos tan apreciados como Nelly y el Sr. Arnaud, La ceremonia y El húsar en el tejado. EFA Award de la juventud. Mejor director en el Festival de Cannes 1995 (la Palma de oro fue para Underground de Emir Kusturica). Premios Lumière a la mejor película y director francés. Presente en la lista de la web IMDB de las 250 mejores películas de la historia del cine.


Valoración: Kassovitz se sirve de su pasado como actor y de la tradición cinematográfica y de compromiso del país que vio nacer la Nouvelle Vague para crear una película destinada a ser una obra de culto y un referente del thriller y el cine social europeo de los últimos años. El odio, antes que los Dardenne o Cantet, habla de la Francia convulsa, multicultural y hostil que no sabe gestionar la babelia cultural y la confrontación constante que se respira en sus calles. El odio es el retrato despiadado de un estrato social marginal sumido en una espiral de drogas y delincuencia. Unos pequeños ladrones y mafiosos que han tomado lo cinematográfico como modelo de conducta (Cassel reproduce ante el espejo la famosa escena de Taxi Driver). Y en paralelo, un director que filma unas calles vacías y peligrosas con un blanco y negro expresionista heredado de La ley de la calle de Francis Ford Coppola, una opción estética que potencia la misma sensación de surrealismo e inestabilidad que conseguía Stanley Kubrick en La naranja metálica. El odio está enfocada hacia el debate y por ello adopta las formas de un cine hiperrealista que roza lo documental. Como film de ideas y de vidas al límite funciona a la perfección y podría analizarse en paralelo a títulos contemporáneos a su tiempo como la inglesa Trainspotting o la española Nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto, todas ellas películas de personajes carnívoros y opciones estéticas singulares que van de lo pop a lo onírico pasando por el thriller de raíz estadounidense. Ahora bien: como ficción dotada de una historia resulta un film un tanto perdido que deambula con el mismo paso firme y la incerteza de sus portentosos actores protagonistas. El odio no consigue que sintamos los miedos, las dudas, las contradicciones y la fuerza de sus personajes, con lo que corre el riesgo de resultar poco consistente como thriller y totalmente desenfocada como discurso social. El gran defecto es que Kassovitz no nos lleva a la congoja absoluta, al éxtasis glorioso; que no nos desgarre, que su trama no se instale en nuestras entrañas, que no nos ponga patas arriba en estado de mareo, vómito o fascinación. Obra imprescindible que empieza con brío y acaba de forma tan brusca como inesperada, resultado de la acción que no parece ni guionizada ni planificada. Está a años luz de ser una obra maestra pero muchos agradecerán que el cine francés, tan dado a la autocomplacencia y a lo discursivo, tenga los suficientes bemoles como para parir un film que aunque imperfecto reivindica y con razón su condición de título de culto.


Para los que confíen en un cine social de género y nada plomizo
Lo mejor: La sinceridad de sus tres actores.
Lo peor: El final desvela parte de las flaquezas de la historia.

Nota: 7'5

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