Ang Lee forma parte de una casta de artistas, tan noble como escasa, incapaces de hacer una mala película. Lee se ha convertido con los años en un valor a seguir, una presencia que garantiza de antemano ciertos índices de calidad sea cual sea la historia y los mundos que explore. Porque en el cine de Lee pueden rastrearse intereses o motivos que se solapan, pero en ningún caso podemos hablar de repetición o de un estilo definido transversal película a película. No lo hace porque su obra funciona a la inversa: cada cinta es un universo, y Lee es el alumno aplicado que se adapta al material que tiene entre manos en lugar de pasar cada reto profesional por el tamiz reductor de una personalidad fílmica inamovible. La vida de Pi, su nueva creación, vuelve a ser una demostración de hasta qué punto Ang Lee está dotado para llevarnos a universos fastuosos inexplorados hasta la fecha, en esta ocasión con el añadido de un 3D muy cuidado. Y como el único hilo conductor de la filmografía de Lee son las buenas historias, es fácil imaginarse qué vio el taiwanés en la novela La vida de Pi para decidirse a llevarla a la gran pantalla. Lee aporta unos fotogramas bellísimos, y el guion adaptado de David Magee suma una historia de supervivencia y humanidad más que singular. Lee, con todo, al seguir letra por letra el libreto de Magee, acaba asumiendo una estructura que no beneficia a la película: sigue el esquema del 'cuento relatado dentro del cuento' cuando la historia tendría muchísima más fuerza siguiendo un orden cronológico sin voces omniscientes de por medio. Lo mejor de hecho sucede cuando Lee se deja de juegos visuales y cuando Magee reduce la narrativa a sus mínimos componentes: la hora de metraje en la que el joven Pi sobrevive en alta mar con la única compañía de un tigre de Bengala es un ejercicio de minimalismo y de poesía en mayúsculas, sin necesidad de florituras ni de explicar al dedillo las posibles significaciones de la fábula. El problema está antes y después de ese largo viaje: interesa más bien poco el realismo mágico que empapa la infancia de Pi, y molestan ciertas tendencias new age de su tramo final. La vida de Pi, en conjunto, es una experiencia única y una obra de arte con mucho jugo, si bien el espectador solo consigue 'estar en la película', y no simplemente 'viéndola', cuando la trama se desnuda y se sincera. Lo demás, fascinación tridimensional aparte, no está demasiado lejos de un cine meritorio pero facilón con tendencia a estampas típicas de un documental de la BBC y de fabulaciones pseudoreligiosas que no conectan con el marcado pragmatismo de quien escribe. Hay, eso sí, las huellas inconfundibles de un Lee que como su protagonista vence y convence, aunque sea de forma parcial. La vida de Pi soportará varios visionados y tiene las cualidades suficientes como para convertirse en título de culto. En un año en que Hollywood ha querido volver al cuento tradicional para dar nueva vida, obviamente sin conseguirlo, al blockbuster de tomo y lomo (vean si no las dos Blancanieves yankis), ha tenido que ser Lee, en el fondo alguien no norteamericano, quien construya el mejor cuento del año (si olvidamos la tercera Blancanieves en discordia), con el envoltorio visual que piden los nuevos tiempos junto a la síntesis y lirismo que destila el haiku posterior al naufragio. Lee, vaya, sigue sentado en su trono. Aunque, lo confieso desde ya, La vida de Pi no estará entre mis obras predilectas del responsable de Deseo, peligro, La tormenta de hielo o Brokeback Mountain.
Para los que navegan las aguas de un cine intrépido
Lo mejor: Lee domina la técnica y va camino de convertirse en un 'creador total'.
Lo peor: El personaje de Gerard Depardieu, innecesario y casi autoparódico.
Nota: 6'5
Yo le he visto una media hora muy flojita, poco después del principio, pero es una película que me ha dado mucho que pensar, y eso lo consiguen pocas, así que verla en el cine ha sido dinero bien invertido. Una pena que en mi ciudad no la pusieran en 3D.
ResponderEliminarA mi me tiene muy intrigado, esperemos que sea tan buena como dicen :)
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