1. Pablo Trapero, miembro de honor de la ola renovadora de cineastas argentinos que empezaron a ser conocidos a finales de los 90, se ha convertido poco a poco en el realizador ché más influyente del nuevo milenio. Su importancia se demuestra en la presencia constante que tienen sus películas en los principales festivales internacionales, y en muchos de ellos Trapero también ha participado en calidad de miembro del jurado. En apenas un lustro ha colaborado en cuatro films colectivos, el último 7 días en la Habana. Dos de sus obras, Leonera y Carancho, representaron a Argentina en los Oscar de Hollywood, un indicador de hasta qué punto Trapero también es profeta en su tierra. Y además el director de Mundo Grúa ha logrado algo que casi siempre queda fuera del alcance del ámbito del cine: sus películas han ayudado a acrecentar el debate social sobre cuestiones como el trato de las mujeres embarazadas en las cárceles o la precaria situación de las barriadas más pobres de Buenos Aires, llegando incluso a motivar la redacción de leyes. En este sentido, Elefante blanco, el nuevo largometraje de Trapero, es quizás el más consciente de su poder social y de su capacidad por destapar injusticias locales, algo que en contra de restar espontaneidad a la propuesta da alas al Trapero más maduro y más lúcido visto hasta la fecha.
2. Con esto, queda claro que Elefante blanco es la película más social de Trapero. En el cine del argentino conviven dos vertientes: una que entronca con el cine social europeo y otra directamente conectada con el thriller de tradición estadounidense. Esas dos visiones, que en anteriores películas colisionaban en un ejercicio más tenso que armónico, se reconcilian en Elefante blanco. El film no quiere ser un intento de ficcionar la realidad sino más bien de llevar los mimbres del cine verista a sus últimas consecuencias. Trapero evita lo feísta, lo tremebundo, lo escabroso, y al mismo tiempo nos lleva de viaje hasta las partes más conflictivas de la gran urbe argentina sin simplificar ni maquillar la complejidad y la dureza de los temas que Trapero sopesa con atino. En este sentido, sorprende para bien que Trapero opte por una dirección de fotografía con tendencia al plano largo y al travelling angustioso: allí donde los Dardenne 'persiguen' a sus personajes y cierran el plano a favor de una estampa 'romántica' (los hermanos belgas hablan de la conexión y la desunión de sus seres con los espacios que habitan), Trapero 'sigue' a los personajes por las chabolas y callejuelas del lugar, abriendo el plano y creando al mismo tiempo una estudiada sensación de claustrofobia. Es tal vez esa opción estilística, redondeada por un prodigioso montaje, lo que dota de energía y absoluta veracidad a Elefante blanco, una película que no acaba de ser ni documental ni de acción, de la que no se extrae ninguna moralina, dotada de una objetividad que haría palidecer a quienes se consideran abanderados del tan criticado cine del aquí y del ahora.
3. Más allá del envoltorio técnico que da cohesión al film, Trapero se permite algunas licencias propias de ese thriller innato que empapa su filmografía. A la austeridad y al silencio de algunas escenas (los primeros quince minutos presentan a los personajes desde la fragmentación y el misterio, algo muy poco común) se suman otros momentos más propios del primer Trapero: basta mencionar la huida final de los dos curas para percatarse que ese plano remite directamente, en forma y contenido, al último fotograma de la cortante Carancho. Todo ello hace que la primera parte del film resulte más satisfactoria que su segundo tramo, en el que la propuesta de Trapero vira e imita otras obras iberoamericanas como Ciudad de dios o Tropa de élite. Aún así, debe apuntarse que ese thriller mencionado se inserta en Elefante Blanco con más solvencia que en Leonera: la escena en que Jérémie Renier traslada el cuerpo sin vida de un joven por las calles de fango ayudado de una carretilla desvencijada es una prueba de la crudeza del film, como si el elemento 'thriller' penetrase en su realidad social, atenazada por cárteres de la droga y delincuentes de poca monta, de forma natural, casi involuntaria e irremediable. De todas formas, viendo Elefante blanco uno juega a intuir cómo sería el cine de Trapero sin el yugo de lo social, con una cinta de acción cien por cien intrascendente en la que pudiese desarrollar con libertad su personalidad visual y narrativa.
4. Con todo, Elefante blanco no está exenta de los peores tics de Trapero. De nuevo el gran lastre del film son sus personajes, o más bien la poca definición de sus personajes. Es sintomático que la historia pierda fuelle cuando se centra en la relación sentimental que se establece entre Luciana, una asistente social, y el padre Nicolás, un ciudadano belga sobre el que pesa una terrible experiencia vivida en el Amazonas: los personajes son paradójicamente la parte más débil de la película, que solo funciona a pleno rendimiento cuando se limita a mostrar la realidad fragmentada y fragmentaria del día a día en el Elefante blanco del título. La película tampoco delimita a la perfección la cronología de la trama: el espectador tiene la sensación de haber asistido a apenas una semana, pero ciertos resortes del guion apuntan a un lapso temporal más dilatado. Y tampoco acaban de quedar bien contadas, o tal vez no interesen demasiado, las dudas existenciales de los dos curas, que acaban en una decisión final por parte del personaje de Renier del todo absurda. Detalles que restan solidez a la película, aunque estemos seguramente ante el mejor retrato en mucho tiempo de la actividad y las contradicciones que rodean a la figura del voluntariado, más concretamente la de los miembros de la Iglesia que entienden su vocación desde la militancia y la lucha social y no desde el acomodo de lo espiritual. Puntos que suman y restan valores a una película que, aunque suene a cliché, es necesaria y digna de ser vista. El cine argentino puede estar muy contento de que uno de sus máximos valores ponga con cada proyecto un espejo a los claroscuros de la Argentina contemporánea. Solo queda que Trapero nos sorprenda con su gran obra maestra, y tras disfrutar Elefante blanco no hay duda de que esa cumbre soñada solo es cuestión de tiempo.
Para los que creían que los códigos del cine social habían caducados
Lo mejor: Trapero describe y nos traslada a su Elefante blanco.
Lo peor: La creación de personajes complejos sigue siendo la gran asignatura pendiente del director.
Nota: 7
Las sigo todas desde mi tienda cesped artificial barato y asi estoy al dia. No me pierdo una.
ResponderEliminarSaludos
Una película sencilla pero no simple que con un excelente guión logró no sólo entretener al espectador si no que logró cautivarlo. Hace poco la vi en hbo películas y quedé encantada.
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