martes, 15 de mayo de 2012

Mamá, perdóname: Crítica de SEBBE

Si Sebbe hubiera sido una película norteamericana, lo más probable es que su discurso hubiese caido en la empatía, en el conservadurismo, en la justificación, en el triunfalismo, en el sentimentalismo barato. Estamos excesivamente acostumbrados a que todas las actitudes de los personajes tengan un sentido, de que los protagonistas sean héroes sin resquicios y de que todo culmine con un final feliz condescendiente con la historia y también con la audiencia. La vida siempre es mucho más compleja y el cine debe aspirar a retratarla con toda su crudeza, respetando a los personajes sin justificarles. El cine no debe tener miedo a resultar desagradable o triste, y los espectadores deben asumir que el séptimo arte está capacitado y obligado a ofrecer algo más que un rato de evasión. Sebbe se sitúa a conciencia fuera de esa órbita de cine social con moralina: el resultado es una película fría, que pone al espectador en un constante estado de desamparo y tensión, afín a las formas del cine de los Hermanos Dardenne o el Paranoid Park de Gus Van Sant. La historia de Sebbe no es ni fácil ni cómoda, y como tal la película es corta pero certera, apunta al epicentro de cuestiones sociales como el bullying, la incomunicación entre padres e hijos o la precaria economía que afecta a muchas familias europeas. Muchos pensarán que Sebbe no aclara nada, pero que sus personajes callen más que hablen no quiere decir que la película no contenga preguntas de alto voltaje y las pistas necesarias para resolverlas: en todo caso hay que hacer un esfuerzo para saber encontrar esas claves, digerir cada uno de los fotogramas del film, porque en el cine no siempre la interpretación de las imágenes es rápida o fácil. Y si una cinematografía como la sueca ha considerado que Sebbe es su mejor obra del 2010 (por otra parte, algo discutible teniendo en cuenta que Pure (Beloved) no estaba nominada a los principales premios de ese país), eso indica que nuestros vecinos nórdicos tienen una sensibilidad especial y que valoran el cine potente que genera emociones, no aquél que persigue la aceptación del público a toda costa.


Sebbe, premio Gudbagge a la mejor película y galardón a la mejor ópera prima del Festival de Berlín 2010, es la historia de un niño de quince años que busca algo tan natural como el amor de su madre. El padre murió hace mucho, y esa no presencia de la figura paternal pesa como una losa: Sebbe es un chico que interioriza todos sus sentimientos, que calla todas las situaciones de maltrato que sufre en el instituto y que encuentra su vía de escape viajando en soledad con su motocicleta casera y fabricando pequeños artilugios a partir de piezas recicladas y chatarra; la madre, Eva, trabaja por las noches repartiendo periódicos por las frías calles de su ciudad, y tampoco verbaliza sus problemas laborales y económicos con su hijo, al que quiere y al que paradójicamente detesta por recordarle cada día la ausencia del marido muerto. Personajes heridos que al empezar la película llevan una mochila a sus espaldas y que al finalizar se encuentran en un nuevo punto, igual de misterioso, igual de incierto. Seres que resultan buenos o malos según la escena, que tienen recovecos, oscuridades, dobleces, como todos nosotros. Sebbe rezuma verdad, y la verdad siempre es esquiva: ¿cómo fue el pasado de esa madre y ese hijo? ¿qué pasa por la cabeza de Sebbe en el momento que intenta explotar una mochila con dinamita en su clase de secundaria? ¿cuál es el detonante primero que basa la rabieta de la madre? ¿podrán algún día esos personajes tan entrañables limar sus esperezas, sentarse a hablar, darse cuenta de que ambos tienen mucho que reprocharse y otro tanto que perdonarse? Ni lo sabemos ni debemos saberlo. De no ser así, Sebbe sería diferente, más accesible, también menos certera. Una ópera prima de nivel que cualquier seguidor del cine en mayúsculas no debería perderse.


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Nota: 8

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