Se viene hablando mucho de La casa muda desde hace unos meses. La película ha pasado por varios festivales y recientemente ha sido elegida por Uruguay como su representante a los Oscar 2012. La cinta es un ejemplo de cine de terror bajo mínimos que bien podría definirse como El proyecto de la Bruja de Blair latina. Aquí no hay más que una mujer y una casa supuestamente encantada: la chica, acosada por no se sabe qué en una masía a oscuras, va alumbrando estancias, objetos y pasillos a la vez que respira acelerada, corre y grita. No hay más, y afortunadamente la película no pasa los 80 minutos de metraje. En parte, La casa muda tiene una vertiente cutre que juega en su contra: a ratos parece el túnel del terror de un parque temático, o una película de bajo presupuesto rodada en pocos días por cuatro amigos. Y por otra, las escenas se notan planificadas, la dirección de fotografía es muy original y la actriz cumple a la perfección el papel de sufrida paranoica. La casa muda basa la clave de su éxito en el dominio de la luz: no solo vemos cosas, sino que creemos ver otras tantas en la penumbra en la que se desarrolla la película. Eso es terror en vena: lograr que el espectador tema la aparición súbita del asesino, que el personal se quede con la boca abierta al final del relato (importante: no pueden perderse el epílogo tras los títulos de crédito). La casa muda tiene atmósfera. No revolucionará el género, no es que aporte más que sus referentes, pero es un entretenimiento casero bastante potable que en manos de otro hubiera sido un chiste sin gracia. Los académicos de Hollywood pasarán olímpicamente de ella, por sus características difícilmente llegarán a comercializarse, pero los fans del género agradecerán que se consiga tanto con tan poco. ¿Acaso el terror norteamericano no nos vende gato por liebre con la nueva Paranormal Activity o similares? Recursos mínimos, resultado decente.
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